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Baby driver

Caratula de ""

Crítica:

Público recomendado: jóvenes y Adultos

Uno de los mayores aciertos de Baby Driver, junto a una fantástica banda musical repleta de soul, rock y otros estilos, es el crecimiento como actor del joven Ansel Elgort, en esta especie de comedia negra salpicada de malos malísimos y de persecuciones a todo trapo, inventada por Edgar Wright (Zombies party, Arma fatal, Bienvenidos el fin del mundo…), también director, que coquetea con la sublimación del antihéroe juvenil al que un final edulcorado intenta meter en cintura.

Repleta de un ramillete de actores con cartel, nos presenta las andanzas del joven Baby al que una torpeza le empareja con el criminal Doc (Kevin Spacey: L.A. Confidencial, Seven, American Beauty…). A este, le servirá “obligatoriamente” el muchacho con sus extraordinarias dotes para la conducción de automóviles hasta saldar sus deudas. De Baby depende que los esbirros de Doc, entre los que se cuenta el psicópata drogata Bats (Jammie Fox: Django desencadenado. Collateral, Un ciudadano ejemplar…), salgan indemnes de sus numerosos asesinatos y atracos en bancos, furgones y otros establecimientos a ritmo de rock.

Parece que estuviéramos en el Chicago de los años del plomo en esta cinta que recuerda a aquella otra de Michael Mann, Heat, en la que Robert de Niro y Val Kilmer baleaban a policías en plena calle. Baby Driver la supera en el número de enfrentamientos entre los criminales y las fuerzas del orden, aunque no en la propia historia, de más enjundia dramática la de 1995 que la de Wright, escorada por supeditar la trama a espectaculares persecuciones y duelos con ferralla, eso sí, mucho más sofisticada que la que portaban De Niro y Kilmer en sus encuentros con la policía.

Wright intenta salvar la bisoñez criminal de Baby en un pasado traumático, donde, tras fallecer sus padres en un accidente y él quedó con lesiones en él oído, fue acogido por un entrañable negro sordomudo que le da buenos consejos para que se aparte de las amistades peligrosas que frecuenta. Conocer a Deborah (Lily James: Cenicienta, Una buena receta…), la dependienta de la pizzería, supone un giro en la historia de Baby con la banda criminal.

Y es en la banda –en esta ocasión aludimos a la banda sonora del filme-, que es la que oye recurrentemente Baby en sus variados Ipod, donde Wright se luce espectacularmente, para lo cual cuenta con el talento de Steven Price para escogerla. Temas de John Spencer Blues Explosion, Bob & Earl, Jonathan Richman & Modern Lovers, Googie Rene, Stax, The Damned, The Commodores, Focus, T. Rex…, sin olvidar a Queen, Barry White, los Beach Boys y concluir en el “the end” con Simon & Garfunkel, material que encumbra el filme, junto a Elgort.

Este último destaca, entre tanto divo, en una competente director de actores que sirve al objetivo de este cine negro, salpicado de comedia del mismo color y excelente música (razón principalísima para verla), donde la cuestión es desplegar las tropelías de un conjunto de criminales sin escrúpulos que se escurren del FBI por las genialidades al volante de Baby, un chico que deberá enfrentarse con su pasado, enmendarse a marchas forzadas y terminar saldando cuentas para no ser ejemplo a imitar. Pero esto último, es un “buenismo” que propone —o le imponen los productores— “in extremis” y forzadamente a Edgar Wright, en un final a la contra de Bonnie and Clyde.

 

 

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