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Dos padres por desigual

Caratula de "Dos padres por desigual"

Crítica:

Público recomendado: Jóvenes-Adultos

Dos años después del estreno de la olvidable Padres por desigual (Sean Anders), llegaba a las salas de cine españolas el pasado viernes, 1 de diciembre, Dos padres por desigual, firmada también por el estadounidense de 48 años, Sean Anders, y distribuida por Paramount Pictures, que repite la fórmula fallida del otro filme, ahora salpicada de ligeros tintes navideños.

El aventura sigue las andanzas de Brad (Will Ferrell) y Dusty (Mark Wahlberg), que se las han arreglado para lograr lo que nadie había conseguido antes: compartir amistad y paternidad (uno como padre biológico y el otro como padre adoptivo). Todo va a pedir de boca hasta que entran en escena el autoritario y machista padre de Dusty, Kurt (Mel Gibson) y el sensiblero y emotivo padre de Brad, Don (John Lithgow)… ¡justo a tiempo para las Navidades!

Horrorizado ante el estilo progresista de educación empleada por Brad y Dusty, Kurt se propone romper la relación entre los dos. A medida que aparecen las primeras grietas en su amistad… ¿podrán los chicos demostrar a Kurt que su estilo moderno de educación funciona y pasar la mejor Navidad en familia de la historia?

No salgo de mi asombro, primero, tras cerciorarme de que la precuela, Padres por desigual, recaudó 240 millones de dólares en todo el mundo. Y, en segundo lugar, que se estrene una secuela, que no sólo apoya las patologías halladas en la cinta primigenia, sino que va a más. Y sí, es posible. Padres por desigual era ruinosa y zafia en su supuesto apartado cómico, y dejaba de lado la cuestión moral sobre la paternidad doble, con la que coqueteaba de puntillas, sin ser consciente, quiero entenderlo así, de lo que representa para muchos matrimonios de hoy una situación que da pena, a saber, aquellos que han fracasado y cuyas consecuencias sufren los hijos, que descubren en su más tierna infancia que tienen dos padres. Porque aquí no hay arreglo posible, tan sólo “otro” tipo de familia más -llamémosle masculinidad moderna-… que se une a la cada vez más densa cadena de tipos de familias con apellidos tan estrambóticos y fuera de lugar que prefiero no desarrollar.

Pues bien, en el caso de Dos padres por desigual el argumento no va tanto por ahí como por el hecho de echar más sal sobre la herida al ahondar en el caos que domina al filme en su guión fofo, estructura y diálogos. O en la abundante cantidad de humor negro, tan insulso e irritante como frágil, así como la exhibición gratuita de niños que juegan con armas de fuego, se emborrachan o se habla del incesto como si fuera algo que va indisolublemente unido a la raza humana. Ni pizca de gracia, oiga, sólo uso y abuso del histrionismo a todos los niveles y con un barniz del culto al mal gusto, hortera en realidad debido a su gags, que resulta sangrante.

Poco ayuda -salvo para la promoción de esta pseudo comedieta palomitera- la presencia de dos estrellas de raza como John Lithgow y Mel Gibson, que ni siquiera terminan de estar bien dirigidos ni interpretados. Y todo ello sin contar con la escasa presencia femenina en el reparto, que ni pincha ni corta… y tal vez podría haber levantado un poco el deficiente producto fílmico presentado.

Vistas así las cosas, Dos padres por desigual ayuda a certificar que la estafa del cine americano sigue en su línea a la espera de que haya algún espectador útil que alce la voz y denuncie la calidad de este tipo de historias que no sirven ni para programarse en televisión un domingo a la hora de comer. Ya lo dijo el oscarizado cineasta José Luis Garci hace algunos años: el cine, tal y como lo conocemos, está muerto. Fuera de España, mejor no hablar.

 

 

 

 

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