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El jóven Karl Marx

Caratula de "El joven Karl Marx"

Crítica:

Público recomendado: Jóvenes

El 21 de febrero de 1848 Karl Marx y Friedrich Engles publican el Manifiesto Comunista. Unos días antes, el 6 de enero, ve la luz la encíclica In Suprema Petri sede, del Papa Pío IX, donde el Pontífice llama a las autoridades religiosas griegas a la unión de ambas iglesias. Dos propuestas distintas: la primera, que declaraba el antagonismo entre proletariado y empresarios, y la lucha de clases perenne; la segunda, la reconciliación y fraternidad entre los seguidores de Jesucristo. Con El joven Karl Marx, Raoul Peck (Ayuda mortal, Lumumba…), director de cine y ex ministro de Cultura de Haití, rinde homenaje a los impulsores del comunismo y reivindica las figuras de los dos pensadores que influirían más tarde en las revoluciones posteriores y en gobiernos que asumieron sus postulados en distintas partes del mundo.

Esta cinta narra el exilio en París de Karl Marx (August Dieh: Aliados, Mayo de 1940, Malditos bastardos…), ciudad en la que conoce a Friedrich Engles (Stefan Konarske: Outside the box, Los cinco y el misterio de la joya escondida…), hijo de un adinerado empresario inglés y estudioso a pie de campo de la terrible y paupérrima realidad en la que vivían los obreros, cuyos hijos pequeños trabajaban en turnos extenuantes para ayudar a la familia. El trabajo de Engles y otras aportaciones suyas ayudaron a Marx a completar su propuesta de que eran la propiedad privada y el máximo lucro lo que impedía el desarrollo de los trabajadores.

Con guion de Raoul Peck y Pascal Bonitzer, este es el marco donde se mueve esta relación de revolucionarios, pues a los protagonistas se unen Mikhail Bakunin, Joseph Proudhon, entre otros. Hay también dos figuras relevantes: Jenny (Vicky Krieps: Colonia, El hombre más buscado…), esposa de Marx, sostén emocional del pensador y compañera en la revolución, y Mary Bruns (Hannah Steele: Wolf Hall), que hace lo propio con Engels.

Son relevantes los encuadres y fotografía de Kolja Brandt, así como está muy conseguida la ambientación de tipos y ciudades europeas de la mitad del siglo XIX. La dirección de actores es muy solvente y contenida. Pero se echa en falta en algunos tramos del filme, un ritmo visual más vigoroso y acelerado que acentúe algunos momentos dramáticos, como demandan cinematográficamente las reuniones de obreros o la declaración del Manifiesto Comunista y de la creación del Partido Comunista.

El epílogo del filme de Raoul Peck es complaciente con los hechos ocurridos y calla sobre las consecuencias para cientos de millones de personas de la adopción del comunismo por parte de distintos gobiernos en vidas de hombres y mujeres, bienes, falta de libertad y de otros derechos esenciales y un larguísimo etcétera. Bastaría pararse en el necesario antagonismo que propugnan Marx y Engels entre “las clases sociales” para reconocer la impostura de este planteamiento de partida. Porque vivir siempre odiando o sospechando de los otros nunca puede ser una posición acorde con el deseo del corazón humano. Todo lo contrario que lo intentado por Pío IX.

 

 

 

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