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Gatos de Estambul

Caratula de ""

Crítica:

Público recomendado: jóvenes

Cientos de miles de gatos vagan libremente por la frenética ciudad de Estambul. Llegaron hace muchos años en barcos, pero nunca regresaron al puerto. Habían encontrado su lugar. Actualmente los gatos se han convertido en un distintivo cultural de la ciudad. Como corresponde a su especie, son animales entre dos características, ni son absolutamente salvajes, ni totalmente domésticos. Aunque propiamente no tienen dueño, muchas personas los adoptan, sin dejar por ello de respetar su libertad de vagar a su aire por las calles; cuidan de ellos, les proporcionan comida, alimentan a las crías y hasta se ocupan de llevarlos al veterinario.

Ceyda Torun nació en Estambul y pasó su primera infancia jugando con los gatos callejeros, con gran preocupación de su familia, que temían no fuera a adquirir la rabia o a infestarse de pulgas. Después, con sólo 11 años, abandonó Turquía y tras vivir algunos años en Amman y Nueva York, acabó estudiando antropología en Boston. En todo ese tiempo, obviamente, no vio gatos callejeros. Ahora, muchos años más tarde, ha decidido recuperar sus recuerdos y se ha lanzado a hacer un documental dedicado a los gatos de Estambul. Pero no sólo a ellos, porque la película constituye también un canto de amor a su ciudad y a sus habitantes. A esos a los que los gatos que viven en la ciudad incitan a salir de sí mismas para ocuparse desinteresadamente de ellos, y que los cuidan con cariño sin esperar nada a cambio.

Torun realiza un trabajo de cámara impresionante. Equilibra perfectamente la imagen con la narración y les imprime un ritmo ágil y un estilo elegante Empieza con una panorámica de la ciudad avanzando por el Bósforo, que va acercando hasta un primer plano de la Torre de Gálata -uno de los símbolos más famosos de la ciudad-, para introducirnos a continuación en el bullicio de las calles, ambientado con el sonido de Arkadaș Eșșek, en la voz del cantante turco Boriș Manço. Hay también vistas panorámicas desde el cielo, que nos permiten contemplar la belleza de conjunto de esa ciudad abigarrada, en las que se distinguen con su imponencia los grandes edificios emblemáticos -la Basílica de Santa Sofía, la Mezquita Azul…-. Otras veces la cámara se sitúa a ras de suelo para captar las miradas misteriosas de los gatos, seguir sus idas y venidas desde su mismo nivel, atraparlos en actitudes divertidas, como llamando educadamente a una ventana o una puerta para que lo dejen entrar en lo que considera también terreno propio. Los capta también trepando por árboles o paredes, en sus ágiles saltos por las cornisas y en sus relaciones, no siempre apacibles entre ellos. Vemos, incluso, una lucha entre dos «líderes» por el territorio. La música de Kira Fontana, en combinación con pop turco, da como resultado una banda sonora espectacular. La pelea de los dos gatos mientras suena «Jardo», de Levent Yildirim, llega a producir una tensión propia de un thriller. Pero en otros momentos la música apacible y delicada acompaña la elegancia de la cámara. Contemplamos imágenes preciosas de pescadores limpiando el pescado en la playa y la animada terraza de un restaurante sobre el mar, con la voz sensual de la mismísima Eartha Kitt cantando «Uska Dara-A Turkish Tale».

Los gatos se convierten en auténticos actores, protagonizando pequeñas historias que, en su armonía en la relación con los humanos, transmiten el gozo de sentirse vivo, de formar parte de este viejo mundo nuestro. Es un documental hermosísimo, de una gran ternura y espléndido visualmente. Una pequeña joya cinematográfica.

 

 

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