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La cena

Caratula de "La cena"

Crítica:

Público recomendado: jóvenes y adultos

¿Cuál es la responsabilidad moral de un padre para consigo mismo y para con su hijo cuando descubre que este ha cometido un cruel y sorprendente crimen?

¿Debe acaso entregar a su propio hijo a la policía, traicionar su confianza, privarle de la posibilidad de un futuro y sentenciar su vida o, en cambio, debe protegerlo, negar el atroz delito, esconderlo y luchar contra los remordimientos? Esta es la controversia que plantea el director y guionista de la película La cena, Oren Moverman (The Messenger, Time Out of Mind), en una floja adaptación del homónimo libro del escritor holandés Herman Koch.

Unos distanciados hermanos Lohman, Stan y Paul, se reúnen con sus parejas para cenar juntos en un lujoso restaurante: Stan, interpretado por Richard Gere (Pretty Woman y Chicago), es congresista y un hombre de éxito; Paul, un genial Steve Coogan (María Antonieta y Philomena), excéntrico y con problemas de sociabilidad. Han pasado los años y la relación se ha ido enfriando paulatinamente; es también una familia que sigue sufriendo los embates de la enfermedad mental de uno de sus miembros y que debe enfrentarse al chantaje de uno y a los disparatados actos de otros. Ambas familias quieren a sus hijos, pero tienen opiniones contrarias sobre la respuesta que tienen que dar ante el delito: están obligadas a mirar a la cara (o no) lo que sus hijos han llevado a cabo y deben decidir si optan por destapar la verdad y acatar la justicia o encubren a sus hijos y les aseguran un buen presente y un futuro prometedor. La decisión se va fraguando durante toda la velada, frecuentemente interrumpida por el temperamento de las diferentes parejas: unos se levantan y van a dar una vuelta para calmarse, otros lloran y los demás atienden llamadas. Y así, la dinámica misma de la cena provoca una aguda sensación de alienación en el espectador: las constantes rupturas que se producen en los diálogos -por los motivos que sean- evitan una profundización seria y exhaustiva por parte de los comensales acerca de la importante cuestión que deben afrontar. Y, de esta manera, la única tesis viable y razonable que va cogiendo forma y abriéndose camino es una solución y un mero compromiso utilitarista, en la que se evalúan argumentos a favor de esta o aquella cuestión sin llegar a plantearse y dejarse tocar por el drama de un crimen que, en vez de sacudir sus vidas, es analizado y sopesado como una molestia más, como algo que debe resolverse para que no empañe y deslustre la «verdadera» vida, la futura, aquella que, en el fondo, nunca llega.

 

 

 

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