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La ciudad de las estrellas

Caratula de ""

Crítica:

Público recomendado: Jóvenes-Adultos

La la land ya ha hecho historia. Se ha convertido en la película que más Globos de Oro ha ganado, al recibir los 7 premios a los que estaba nominada: mejor película, director, guion, actor, actriz y banda sonora. El joven cineasta Damien Chazelle, ya conocido por la excelente Whiplash (http://www.pantalla90.es/2015/whiplash/ ) envuelve de nuevo, de pasión por el jazz, un magnífico argumento, pero esta vez, con el formato de musical y con una historia de amor bonita, compleja, metafísica y sacramental, como toda historia de amor entre hombre y mujer, y con grandes dosis de realismo.
La entera producción ha llevado más de seis años y tuvo su primer eslabón con un musical que el propio Chazelle filmó, con su amigo de la universidad Justin Hurwitz (quien ha compuesta la banda sonora laureada) titulado Guy and Madeline on a Park Bench, que presentaba ya, en embrión, algunas de las ideas llevadas a su cima en La ciudad de las estrellas. Varias ideas que funcionan a la perfección en la película, como la escena que abre la película, la del baile en un atasco, el final o ese modo de rodar “en latigazo”, también presente en las escenas musicales finales de Whiplash, todas estas ideas estaban claras en la mente de Chazelle desde el momento inicial, y funcionan a la perfección.

Mia es una chica que abandonó los estudios universitarios para perseguir su sueño de ser actriz; Sebastian es un pianista de jazz fiel a un pasado de grandeza y esplendor musical y una pretendida pureza jazzística que le coloca al margen de cualquier capacidad de integración en una escena musical mínimamente aceptable. La relación surge en medio de la soledad que provocan las grandes fiestas y las grandes ocasiones donde todo es glamour y luz, pero que al final, a quien no encuentra esa “carne de mi carne y huesos de mis huesos” de la que ya habla el Génesis, le provoca vacío.
La música vehícula el progreso de la relación, y sirve para reflexionar sobre el coste que en la vida tiene seguir “tu sueño”, tópico transido y manido, pero al que Chazelle, como hizo en Whiplash, le dota de mayor profundidad y calado, con sus caras y cruces y con sus “costes de oportunidad”, en jerga empresarial.

La película regala la vistosidad, el colorido y la belleza de los grandes musicales de la MGM como Cantando bajo la lluvia, homenajea a la ciudad de los Ángeles y a Fred Astaire y Ginger Rogers, sin pretensión, todo sea dicho, de alcanzar su destreza técnica, ni falta que hace.

La ciudad de las estrellas era una verdadera apuesta de la productora Lionsgate, pues es casi suicida hacer triunfar un musical que no sea una recopilación de éxitos pasados, como lo eran Across the Universe, Mamma mia, Moulin Rouge, o que no lleve la franquicia Disney. Lo cual sucede no solo en las películas musicales; en el teatro, los musicales corren el mismo riesgo. Hoy no me puedo levantar, con la música de Mecano, o Quisiera ser, con las canciones de El dúo dinámico tenían la música tan amortizada y tan presente en el inconsciente colectivo que eran apuesta (casi) segura en la escena teatral y triunfaron, mientras que otras experiencias con guion adaptado, pero música de nueva creación, como El diario de Ana Frank sucumbieron prontamente.

Por eso, el mérito de Chazelle, de Ryan Gosling, Emma Stone, de Hurwitz… debe ser inscrito también junto con el éxito de los productores que le dieron la oportunidad de filmar, sin cortapisas, ni de tiempo, ni de dinero un musical de nueva factura, con vocación de llegar a todos los públicos… con música jazz. Chapeau.

 

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