Generic selectors
Exact matches only
Search in title
Search in content
Post Type Selectors

La llamada

Caratula de "La llamada"

Crítica:

Público recomendado: Adultos

“La llamada” es como el sexo: “promete mucho, pero entrega poco”, (palabras que suscribo, y que me gustaría fuesen mías; pero ay, no lo son, son de José Noriega). El sexo, la atracción sexual, promete y requiere un gran trabajo para ver cumplida la promesa que encierra. Está confinado en límites y los límites sirven para extraer lo mejor del mismo. Son los mismos límites que le pusieron a la Cenicienta: puedes ir al baile, pero debes volver a las doce. Pues también promete y entrega poco “La llamada”. La película es la adaptación de la obra teatral escrita por Javier Calvo y Javier Ambrossi y que lleva tres años en cartel, con un éxito indudable. Y como esta película es como el sexo, vamos a tener que trabajarla.

Los inicios del filme son prometedores, pues en una noche de desfase discotequero reggaetoniano, dos buenas amigas, Susana y María, experimentan, una el vértigo; la otra, la insatisfacción. Ambas se han escapado de un campamento de monjas, y como castigo por su excursión nocturna se quedan el fin de semana a limpiar el campamento, mientras el resto del grupo se va a hacer piragüismo. Así que, salvo algunos personajes secundarios, estas dos amigas -de diecisiete años- y dos monjas son las que van a ver trastocadas sus relaciones por las extrañas experiencias religiosas de María, a quien Dios le canta por Whitney Houston.

La película es explícitamente religiosa, cosa sorprendente, de primeras, pues salvo directores que son excepción, como islas en el océano, (José Manuel Cotelo o Pablo Moreno), el fenómeno religioso tiene poco lugar en el cine español y su tratamiento suele estar mediado por concepciones ideológicas bastante burdas. Y no por falta de audiencia, sino por prejuicio. Así que la presencia de Dios en esta cinta, es de primeras, algo notable.

Entramos ahora en materia. Seríamos injustos si a una película le exigiéramos ser un tratado de filosofía o de teología; y esto es una dificultad que el público creyente tenemos en nuestra relación con el cine y con el arte moderno, en general. Una película es una obra artística que por su propia naturaleza no puede abordar todas las aristas de la realidad. Y si no puede hacerlo con la realidad visible, ¿cómo lo  hará con la realidad invisible, con el misterio? Por partes, la primera parte, seña de identidad de toda gran obra artística es su carácter sacramental. Es decir, que sea capaz de descubrir en la materia, desde la brizna de hierba hasta la pulsión sexual humana, la presencia de una realidad más grande, misteriosa, pero verdadera y eficaz. ¿Por qué nos atrae el sexo? Porque encierra una promesa de plenitud, un deseo de unión con la otra persona amada, unión abierta a la vida y que es a su vez, -esto es sacramento- signo del amor de Dios a los hombres.

“La llamada” acierta cuando parece que va a recuperar el lenguaje del cuerpo humano, el lenguaje del amor entre hombre y mujer para hablarnos del amor de Dios por los hombres. No sería nada nuevo, sería reactualizar el Cantar de los Cantares a partir de la música pop actual; empeño que sería maravilloso, pero la cinta nos deja en un interruptus total. No va por ahí la llamada, aunque parece prometerlo. Enséñame la patita por debajo de la puerta. ¿Será mamá cordera o el lobo?

El lenguaje del cuerpo. Vamos con las monjas. Los personajes de las monjas son una de cal y otra de arena. Ambas monjas están tratadas con cariño. Milagros, torpe, de escasas luces y mínima formación religiosa tiene una gran sensibilidad y una enorme bondad; pero vive una crisis de su vocación que pinta mal. Sor Josefa, autoritaria al principio, tiene también un gran corazón, pero el retrato que de ella se nos entrega es tosco: confía solo en sus prehistóricos medios humanos. Las exigencias del guion (procedente de una obra de teatro) se han comido las sutilezas de la personalidad de una superiora religiosa.

El lenguaje del cuerpo. Las monjas. Bien. Pasemos ahora a Dios. Ningún problema hay en admitir un Dios que se viste a lo hortera, que canta, que se ríe a carcajadas y que nos toma el pelo. Si Dios es Padre, como creemos, todo eso es verdadero. Pero el retrato final de la experiencia religiosa es pobre, por decirlo sin cargar las tintas. En la experiencia religiosa, en toda, y desde luego en la cristiana, hay una llamada de Dios y una invitación a la conversión: uno recibe una llamada, una invitación a seguir a Dios y su seguimiento implica entrar en su intimidad y, así, cambiar de vida (Venid y lo veréis; el que no carga con su cruz y me sigue…; si me amáis guardaréis mis mandamientos; ¿a ti, qué? Tú ven y sígueme…) Lo cual no es obstáculo para reconocernos pecadores, indignos y miserables: necesitados, en dos palabras, de la misericordia divina. Yo el primero.

Para el Dios de “La llamada” no hace falta misericordia. Al final esto es una especie de hakuna matata, sigue haciendo lo que haces y todo irá bien. Un Dios así tiene cabida en el cine actual, pues no molesta nada. Su llamada es bastante inocua, es fuego de artificio, así que podemos seguir igual e incluso más aún, se concluye en una bendición implícita de la trama lésbica, más importante a medida que avanza el filme. Esta es, a mi juicio, la cuestión más importante de “La llamada”,  toda su intensidad se pierde: Dios es un entertainer.

 

 

 

Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento y para fines analíticos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Ver
Privacidad