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La mejor receta

Caratula de ""

Crítica:

Público recomendado: Adultos

Cuando una película extranjera se estrena con un tiempo tan largo, desde el inicio de comercialización en su país de origen hasta su debut en las salas de cine, en los pantallas de otros países suele ser por dos razones: o que la película tuvo una ardua tarea a lo hora de encontrar distribuidora, debido a que se trata de una película de contenido controvertido o polémico, no apto para salas demasiado comerciales; o que sencillamente la película ha tenido tan poco éxito y repercusión en su país de origen, que los distribuidores directamente “pasan del tema”.

La obra que hoy nos acompaña podría pertenecer al segundo grupo. A pesar de presentarse como una película clichera y didáctica sobre la aceptación (que lo es), se deja ver y cumple con un público que no exije demasiado de una comedia sencilla, sin pretensiones y bastante desapercibida.

Partiendo de una premisa, más propia de la comedia negra, donde nos sitúa a un panadero judío y a un forzado ayudante musulmán que ocasionalmente vende cannabis, y que un día el asunto de mezclar el negocio del pan con la venta de marihuana se le va de las manos. Pueden imaginarse lo que sucede el resto de la película. Jonathan Benson y Jez Freedman, guionistas de la cinta, conforman un libreto con una parte de enredo de choques culturales, parte comedia fumeta y parte reivindicación de la senectud. A pesar de que la película derrocha buenas intenciones, el resultado queda a medio camino. Temas como la raza, la religión y la edad son tratados con técnicas de manual, con un desarrollo muy parecido al de, por ejemplo, The Wackness (2008) de Jonathan Levine. Al final el material quedó lastrado por la falta de chistes ingeniosos o punzantes, estereotipos bastante tópicos, gags trillados y tics estilísticos propios de la ‘sitcom” de peor calidad. A pesar de todo La mejor receta tal vez no pueda presumir de grandes beneficios, al menos en lo que se refiere a revolucionar la comedia intercultural británica actual, pero si dejará un buen sabor de boca a aquellos que solo busquen un entretenimiento pasajero y sin exigencias. Siempre es un placer ver actuar a Jonathan Pryce, y aquí cumple sobradamente su cometido como figura paternal del joven Jerome Holder. Ambos presentan una buena química, uno de los puntos que salvan a la película de ser un fiasco rotundo.

Como ya se dijo anteriormente, esta cinta sobre bondades intergeneracionales e interculturales, y ese blando ataque a una urbe contemporánea cada vez más dominada por el salvajismo se queda muy lejos de conseguir el propósito de ser una comedia a la altura. Al cine británico, y más en su faceta más cómica, siempre se le ha exigido cierto estatus de calidad debido a las brillantes producciones a las que nos tiene acostumbrado. Sin embargo, la película de Goldschmidt no deja ser una película de sobremesa, con envoltorio de sobremesa.

 

 

 

 

 

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