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Lo que de verdad importa

Caratula de ""

Crítica:

Público recomendado: jóvenes

Rodeada de una cierta –y absurda- polémica, se estrena la última película de Paco Arango, que se dio a conocer en la gran pantalla con su anterior film, Maktub.

Igual que con aquella, aquí vuelven a estar de fondo las experiencias del director con los niños enfermos de cáncer y su trabajo con las asociaciones benéficas que se dedican a ellos. De hecho estamos ante una película cien por cien benéfica. A diferencia de Maktub, en Lo que de verdad importa Arango abre mucho más el ángulo de visión y no se centra exclusivamente en la historia de un personaje enfermo, sino que esta es una trama que sobreviene a las peripecias del protagonista, un joven de mala vida que tiene un don sobrenatural que desconoce, el don de curación. Nos referimos a Alec (interpretado por Oliver Jackson-Cohen), mujeriego y jugador, que a su presente aciago y lleno de deudas, se añade el dolor de la reciente muerte de su hermano. Un buen día aparece un pariente suyo desconocido, Richard (Jonathan Pryce), que le ofrece ayuda económica a cambio de un misterioso acuerdo.

Lo que de verdad importa armoniza la ligereza de la comedia con el espesor del melodrama en una perfecta simbiosis. De esta forma consigue tratar temas densos e intensos de forma ligera, agradable, sin petulancia ni pedantería. No hay nada presuntuoso ni intelectualista en el film a pesar de meterse en la harina del sufrimiento, de la cuestión fe-increencia, de la autoconciencia, del amor, de la existencia de Dios,… y de un largo etcétera de cuestiones en las que naufragaría un guionista sin talento ni suficiente experiencia de la vida. Probablemente en esto último está la clave: Paco Arango suma a su indudable talento artístico un elemento fundamental, su experiencia constante e inseparable de infancia y dolor, dos conceptos que parecerían excluirse mutuamente. Su trabajo en la Fundación Aladina y en el Hospital del Niño Jesús le han permitido mantener una mirada sobre la enfermedad y la muerte, inseparable de la alegría y la esperanza. En ese difícil maridaje, la cuestión de la trascendencia se despoja de toda herrumbre racionalista, y aparece con la sencillez de una certeza elemental, de una experiencia cotidiana. La película por un lado profundiza en la relación entre fe y libertad, dando a esta un valor infinito. No hay bien que valga si no se aferra libremente. Este es el drama del protagonista, al que continuamente se le pone delante la posibilidad de decir sí o no. Pero también está la cuestión de la gracia: siempre hay una segunda oportunidad para volver a elegir, y una tercera… Por otro lado, el film se acerca a la cuestión de la fe desde la experiencia elemental: lo que sucede son signos que no se imponen sino que se proponen.

En esta película, Arango cuenta con un elenco de actores capaces de transmitir con inmediatez y realismo “lo que de verdad importa”. En este sentido, el gran activo de esta película es Kaitlyn Bernard, una joven actriz canadiense, luminosa y expansiva, que recuerda a la Natalie Portman de Beautiful girls. Ella interpreta a la joven Abigail, un personaje inspirado en la realidad, que catapulta la película hacia arriba desde el primer momento de su aparición. También destaca la británica Camilla Luddington en su papel de Cecilia, que va a acompañar al protagonista en todo su recorrido y Jorge Garcia (Padre Malloy) muy conocido por la serie Perdidos. Una película con corazón, que gustará más de lo que a muchos les gustaría.

 

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