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Siete deseos

Caratula de ""

Crítica:

Público recomendado: Adultos

Hace años, los creadores del subgénero de lo sobrenatural en el cine de terror crearon un manual no escrito cuasi oral, de los parámetros y estructuras narrativas que se siguen en las películas en la que se suceden acontecimientos como: posesiones, ya sean de casas, personas, juguetes, y, si nos apuramos, animales; fantasmas, espíritus, u otras deidades “malignas”; casas encantadas, y así un largo etcétera.

El problema real surge cuando estos señores, visionarios y pioneros en ese nuevo terreno, olvidan escribir en el apéndice “no copiar”. Y ese es el nacimiento de lo hoy llamado “cliché”, aunque no malinterpreten estas palabras pues no es malo partir de situaciones habituales o ya vistas y conocidas; lo malo sucede cuando la obra en sí es un cliché total, absoluto e insalvable del tópico. Este es caso que nos ocupa y que nos entrega el director de Annabelle, otro subproducto lisérgico nacido a raíz del impresionante éxito de las peripecias sobrenaturales del matrimonio Warren. Tanto la ya mencionada Annabelle como la película que nos ocupa (se llama Siete Deseos, por cierto) comparten características muy similares: ambas son bastante discretas, bastante torpes, pero relativamente entretenidas.

La trama tiene como centro a una joven de 17 años que ha recibido un peculiar regalo de su padre: una caja de música que concede deseos. Todo va bien hasta que, de forma inesperada, a su alrededor empiezan a morir seres allegados. Si usted está visualizando en su cabeza, tras leer este resumen, a una chica en principio maltratada en el instituto, luego popular, y posteriormente luchando contra una fuerza demoniaca ya sabe tipo de película se trata: no hay trampa ni cartón, no hay sorpresas ni innovaciones, aunque es posible que tampoco pretendiera ser más de lo que es, es decir, un producto de consumo rápido y fácilmente olvidable. Una cinta de Serie B camuflada en un envoltorio de producción Blumhouse, y con marca de la casa rememorando el estilo de James Wan. Técnicamente está elaborada con cierto arreglo, por lo que puede llegar a entretener moderadamente de acuerdo a los parámetros que presenta una cinta como esta: impersonal, correcta y convencional hasta el exceso. Los más “ancianos” cinéfilamente hablando sí que pudimos experimentar cierto aplomo de nostalgia cuando el sello de la productora Orion hizo su aparición (solo recordar que se trata de la productora de obras como Amadeus, Terminator, Robocop, Platoon o El silencio de los corderos), pero hasta ahí el momento estelar, el resto ya lo conoceos todos muy bien.

En conclusión, seamos sinceros: el cine de terror ha encontrado su mejor venta de explotación en el thriller psicológico y en el empleo de los miedos que más atemorizan al ser humano. Estamos ante una película que no molesta a la vista y que aquellos que busquen un entretenimiento sencillo y sin exigencias no se sentirán defraudados. Por lo demás nada nuevo bajo el horizonte, eso sí: ojala esa caja de música hubiera sido una mano de mono, en cuyo caso la cosa resultaría más conocida, familiar y sobre todo disfrutable.

 

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