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Barbara

Caratula de "Barbara"

Crítica:

Público recomendado: jóvenes y adultos

El director de cine Mathieu Amalric encontró un curioso y sugerente método para aproximarse al sujeto de su último trabajo artistico, la cantante francesa Barbara, insigne representante de la chanson française de los años ‘50.

En la cinta, que justo lleva el nombre “Barbara”, Amalric interpreta a si mismo como fan de la legendaria cantante, desempeñando a la vez el papel del director Yves, un cineasta determinado a rodar una cinta sobre la figura de la fascinante mujer. El resultado es una película dentro la película, aunque esta eligida “duplicidad” parece desvanecer en todo momento, en cuanto  (y esta es la peculiaridad)  Barbara y la actriz que la encarna – “Brigitte” en le película, en verdad Jeanne Balibar – se confunden en un continuo juego entre realidad y ficción. Entonces, el definido antibiopic musical de la mítica cantante, se convierte en un sugerente juego de espejos: así tenemos a Jeanne Balibar que interpreta a una actriz que interpreta a Barbara, mientras se intercalan imagenes de la auténtica Barbara, por ejemplo, en una bonita escena en la que ella y Jacque Brel conducen una doble bicicleta en la orilla del mar. Incluso en los títulos de crédito el nombre de Barbara y él de Balibar aparecen como neones intercambiables, y hay fascinantes planos/controplanos en los que se alternan imágenes de un auténtico documental de la cantante con contraplanos de Balibar, que gracias a su extraordinaria semejanza con la verdadera Barbara y su capacidad de repitir jestos y movimientos nos confunde a la hora de distinguir entre el original y su representación. Tampoco hay que infravalorar las dotes musicales de Balibar, capaz de reproducir las composiciones de la autora sin que haya nada que lamentar con respecto a su originaria interprete. Jeanne Balibar canta estupendamente y se acopla profundamente al estilo de Barbara, haciendo alarde incluso de una perfecta pronunciación de alemán e inglés.

Aunque los continuos intercambios entre “realidad” y ficción puedan resultar a veces mareantes, la película ofrece momentos de verdadera magía. Gracias a su lograda aproximación a la cantante francesa, la cinta consigue evocar escenas que, cuando acontecen, dejan en el espectador encanto y nostalgía. El mismo Amalric está perfectamente metido en el papel del director/fan: a lo mejor Yves no está demasiado lejano del verdadero Amalric, así que el eligido juego entre realidad y ficción realiza una continuidad de aspectos que beneficia el buen éxito de la película.

 

 

 

 

 

 

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