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El repostero de Berlín

Caratula de ""

Crítica:

Público apropiado: Adultos

No traicionamos El repostero de Berlín con un spoiler si desvelamos que uno de sus personajes -tal vez el principal, porque su ausencia/presencia es constante a lo largo de todo el film- muere apenas quince minutos después de haber empezado la historia.Esa muerte es el motor que desencadena la intriga y, de hecho, permanece en el fondo de todo el metraje, nutriendo los sentimientos y las reacciones de los personajes.

Oren, un joven israelí casado y con un hijo, se desplaza regularmente a Berlín por cuestiones de negocios. En la capital germana, nunca deja de visitar la pastelería de Thomas, cuyos dulces son una exquisitez. En realidad, Oren siente una intensa atracción sexual por el repostero. En una escena cargada de simbolismo, come con deleite la tarta que le ha ofrecido Thomas, pero no olvida comprar las galletas de canela para su mujer. Es un hombre dividido entre dos realidades, la suya profunda, silenciosa y secreta, y la familiar y social.

Cuando Oren muere en accidente, Thomas viaja de incógnito a Jerusalén, se cuela en la vida de Anat, la viuda de su amante y empieza a trabajar para ella en su cafetería kosher. Discreto, casi invisible, va involucrándose cada día más en el negocio y en la vida de la dueña. Su habilidad como repostero hará furor en el establecimiento, pero sus relaciones con Anat van a complicarse de tal manera que él va a quedar atrapado en la red de su propia mentira.

Primer largometraje de Ofir Raul Graizer, director y guionista, quien, con un guion bien escrito pero previsible y una dirección bastante plana, consigue despertar el interés gracias a la audacia de la trama, y se revela como un gran cineasta por la sobriedad comunicativa de los sentimientos encontrados de sus personajes. Sus relaciones van cuajando de forma progresiva e imprevisible. Intuimos sus emociones aunque ellos siempre las mantienen bien embridadas. Hay un discreto encanto en todas las escenas, gracias a los dos protagonistas, Tim Kalkhof y Sarah Adler, que consiguen expresarse con miradas y con silencios preñados de palabras que se resisten a brotar.

Pero el tema de la película, al mismo tiempo que los sentimientos de los personajes, contempla también la realidad de la sociedad israelí -o, tal vez, de la sociedad occidental actual-, dividida entre la apertura a los nuevos tiempos y el ostracismo fundamentalista. Graizer pone en paralelo dos sexualidades -no totalmente incompatibles en la película- y dos tipos de sociedad -tampoco drásticamente excluyentes-. Y todo ello expresado en el nivel simbólico con la preparación de platos exquisitos, cuyo secreto es que sean hechos con delicadeza y amor. Si se mezclan sus elementos con respeto, no tienen por qué ser ofensivos para nadie: el repostero puede ser alguien «diferente» (homosexual y no judío) y sus «pasteles» quedar integrados en cualquier sociedad (pueden ser kosher).

Ahí queda la tesis, ahí el interrogante y el tema para la reflexión y el diálogo.

 

 

 

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