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En la playa de Chesil

Caratula de ""

Crítica:

Público apropiado: Adultos

Inglaterra, 1962. Los jóvenes Florence y Edward acaban de casarse y van a pasar su primera noche de bodas en un hotel, junto a la famosa Chesil Beach.

Pero en la noche de bodas surgen dificultades para llegar a vivir ese momento de exaltación del amor y de plena entrega de ambos.

La trama se desarrolla en tres tiempos, pasado, presente y futuro. A través de sucesivos flash-backs vamos conociendo cómo se conocieron y enamoraron y la situación familiar de ambos. Ella pertenece a una familia de clase media alta, él es hijo de un maestro y su situación económica es muy precaria, a lo que se añade la lastimosa situación de su madre, demenciada a causa de un desgraciado accidente. Se pasa del pasado al presente sin solución de continuidad, pero de forma tan fluida que el espectador se siente cómodo y sigue el hilo narrativo con interés e intriga. Algo más forzado es el capítulo del futuro, conseguido por medio de un maquillaje que resulta bastante llamativo.

Ian McEwan es el responsable de adaptar al cine su propia obra On Chesil Beach, publicada en 2007. Tal vez como relato de novela la historia pueda parecer lógica, pero tal como aparece en la pantalla resulta absolutamente increíble su forma de enfrentar el sexo. Por la época, pues aunque en 1962 la revolución sexual todavía no había triunfado plenamente sobre una anquilosada sociedad británica, ya no reinaba en el ambiente un puritanismo tan intenso como para que el sexo fuera un tema tabú en los medios y en las conversaciones de muchos jóvenes. Florence no vivía encerrada en su casa, tenía formación y formaba parte de un grupo reivindicativo antinuclear y, por tanto, poco propicio a acatar sumisamente las normas y costumbres de sus mayores. Tampoco es verosímil el total desconocimiento del modo de reproducción en los mamíferos, por la simple experiencia en animales domésticos. Por no hablar del instinto, que normalmente acompaña al amor, como deseo de entregarse al ser amado. Tampoco hay en los personajes un freno moral que pudiera proceder de creencias religiosas mal enfocadas, sino simplemente un total desconocimiento de lo que implica la entrega corporal. La película está bellamente rodada y hay que reconocer en Dominic Cooke buen gusto y elegancia con la cámara. Pero la propuesta no es creíble, los personajes carecen de entidad y la historia acaba haciendo aguas. La escena de los protagonistas con los dos ridículos camareros del hotel es tan absurda que resulta patética. Una magnífica Saoirse Ronan es, sin duda, lo mejor de la película, muy bien secundada por Billy Howle como Edward. Los secundarios tienen poca presencia en la trama.

Puede que el mensaje quisiera ser que el amor siempre acaba siendo destructivo, de un modo o de otro, pero tampoco eso queda claro. Pero lo cierto es que el saber hacer de Cooke consigue que, al final, el conflicto, a pesar de su inconsistencia, deje en el espectador el amargo sabor de la frustración. ¿Será esto justamente lo que pretendía?

 

 

 

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