Crítica:
Público recomendado: Adultos S
La muerte de Stalin es una alocada comedia dirigida por Armando Iannucci que sigue los acontecimientos tras la muerte del dictador soviético. Basada en el cómic de Fabien Nury y Thierry Robin, narra la historia del Comité Central del Partido Comunista, que debe afrontar la situación de cara a los sucesos por venir cuando todo el mundo se desestabiliza y todo el paradigma político y social cambia.
Entre los distintos miembros del Comité empieza una absurda carrera por el poder en la que cada uno juega con sus armas mirando por su propio bien y dejando caer Rusia hacia consecuencias absurdamente perjudiciales. Durante el relato, una narrativa alocada, fresca y dinámica, con interesantes recursos de montaje, va haciendo avanzar la trama con un tono de comedia absurda oscilando entre la crudeza y lo inverosímil, en el que podemos ver escenas como una reunión de comité en la que todos quieren aplastar al de al lado y donde la diplomacia que determina el destino del país o de las vidas de civiles se vuelve absurdamente condicionada por la presión del momento o por bromas mal encajadas entre los miembros del Comité. De la mesa de reuniones a las sala de tortura o a las calles y residencias ensangrentadas, no es una película escasa en violencia.
Con un reparto muy bien nutrido que incluye cabezas de cartel como Steve Buscemi, Jason Isaacs, Olga Kurylenko, Paddy Considine, Jeffrey Tambor o Andrea Riseborough, y un avanzar trepidante que no deja de ser ameno, La muerte de Stalin ofrece un espectáculo que resulta entretenido y ofrece un discurso crítico y agridulce sin miedo de salpicar de ácido.