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Una razón brillante

Caratula de ""

Crítica:

Público recomendado: Jóvenes

Justo al empezar, antes de los créditos, ya se anuncia el tono de fondo de la historia: imágenes de archivo con declaraciones de Romain Gary, escritor francés de origen ruso; Claude Lévi-Strauss, uno de los intelectuales franceses más influyentes del siglo XX; Serge Gainsbourg, músico y cineasta francés; el cantautor belga francófono Jacques Brel…todos ellos elogiando la lengua y la cultura francesas. Ese tono, claramente chovinista será constante en toda la cinta. Pero, curiosamente, no es con la cerrazón soberbia de quien se siente superior, sino como una invitación abierta a participar en esa civilización, algo excelente que se ofrece a todos sin distinción. Lo cual implica, por otra parte, una discreta y elegante burla a la victimización de los pusilánimes que carecen del valor o de la voluntad de esfuerzo para volar alto y alcanzar grandes metas.

Toda la trama reposa sobre el irreconciliable antagonismo entre Neïla Salah, una joven inmigrante de origen argelino que vive en un barrio obrero, y Pierre Mazard, profesor en la Facultad de Derecho en la Universidad de Assas, en París, un hombre antipático y egocéntrico, famoso por sus provocaciones y sus salidas de tono en el aula. En su primer encuentro, Mazard humilla públicamente a Neïla, en pleno anfiteatro repleto de alumnos. Éstos suben inmediatamente a las redes lo sucedido, tachando al profesor de racista, xenófobo y prepotente. Para evitar sanciones administrativas por parte de las autoridades académicas, Mazard acepta convertirse en el mentor de Neïla fuera del horario lectivo, y prepararla para un prestigioso certamen de oratoria al que concurren diversas universidades.

Sobre la base de este argumento, Yvan Attal consigue una película magnífica, con muy buena factura y unos diálogos perfectamente medidos y trabados, en los que no falta un fino humor. Algunas escenas de clase en pleno metro, repleto de viajeros en hora punta, resultan enormemente divertidas. En los papeles de discípula y maestro, Camélia Jordana y Daniel Auteuil ofrecen una lección interpretativa magistral. De hecho toda la película reposa sobre ellos dos, el resto del reparto hace un buen trabajo, pero queda totalmente eclipsado por la pareja protagonista.

La historia no estigmatiza a los personajes por su nivel social de origen, pero plantea el modo en que pueden utilizarse o desperdiciarse las oportunidades para prosperar, y ensalza la virtud del esfuerzo para salir de la mediocridad y absorber con entusiasmo toda la tradición cultural que está al alcance de quien esté dispuesto a adentrarse en ella. Por eso, cuando la cámara se traslada de Assas al barrio obrero, Attal sigue siendo ponderado, evitando estereotipos o caricaturas y prodigando una mirada amable hacia los amigos de Neïla.

Con equilibrio y buen ritmo, el director francés de origen israelí filma la trayectoria de una joven que pisa por primera vez una universidad, lo cual ya es mucho, dado lo humilde de sus orígenes, pero que tiene la oportunidad de dar un impresionante salto hacia lo alto hasta llegar a adentrarse en la obra de Shopenhauer El arte de tener razón, y a dominar ella misma el arte de la elocuencia y de la dialéctica, gracias a las enseñanzas de un profesor odioso pero eficaz. El proceso de enseñanza-aprendizaje resulta doloroso pero muy instructivo para ambos, a cada uno por motivos distintos. Cada encuentro entre ellos resulta extraordinariamente interesante y da mucho qué pensar, porque, al mismo tiempo que Neïla, también el espectador recibe la gran lección de elocuencia y de cinismo del maestro: «Lo que cuenta es tener razón. La verdad me importa un bledo». Ciertamente es un tema para reflexionar, porque, si como enseña Mazard, el buen orador es el que sabe vencer dialécticamente a su opositor aunque sus argumentos sean falaces y el que es capaz de convencer al público de sus propuestas, pero sin atenerse a la verdad, estamos en el perfecto caldo de cultivo de una dictadura. La oratoria se convierte, no en el arte de hablar sino en el arte de manipular. Cualquier disciplina o cualquier arte, que se desgajen de la ética, es decir que prescindan de los grandes valores, acaban irremisiblemente siendo dañinas para el hombre. En el ámbito de la política, en todo el entramado social y, lo que es peor, en las relaciones personales.

Es una buena película, con un contenido muy interesante, pero que exige una mirada profunda para cerner las enseñanzas positivas que plantea -el acceso a la cultura para todos, la necesidad del esfuerzo y de proponerse metas en la vida…-, y separarlas del cinismo y la subversión de valores que supone el desprecio por la verdad. La verdad, como el bien, la belleza, la bondad y la unidad nutren al hombre, su ausencia lo destruye.

 

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