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David Trueba retrata a su amigo: ¿Qué fue de Jorge Sanz?

Nuestra posmodernidad es rica en recursos y pirotecnias. Una de ellas es la metaficción, con sus múltiples modalidades, a menudo presente en nuestro abundoso supermercado para seriófagos. La metaficción viene a ser una especie de autoconciencia artística, un volverse de la obra sobre sí misma para tematizarse y discutirse. De ello encontramos infinidad de ejemplos. Tenemos versiones light de metaficción como la que podíamos detectar ya en Ally MCBeal (1997-2002), donde de repente invadía la pantalla el bebé bailarín o aparecía el mismísimo Barry White en la fiesta de cumpleaños de John Cage. Está el narcisismo televisivo de teleseries que hablan sobre el mundo de la televisión, como la británicas Dead Set (2008) o la última entrega de Sorkin, comentada la semana pasada, The Newsroom.

Estas complejidades de la mirada hasta hace bien poco eran cosas de las teleseries anglosajonas. Sin embargo, en España han empezado a aparecer productos que juegan esta carta posmoderna con buenos resultados. Un botón de muestra es la serie de David Trueba ¿Qué fue de Jorge Sanz? (2010), donde el mismo Jorge Sanz hace un cameo de 6 episodios sobre sí mismo en su supuesta vida real.

La metaficción funciona si has vivido en España en los últimos treinta años, si eres de mi generación o cercana, si recuerdas los papeles que hizo Jorge Sanz en películas como Conan el Bárbaro (1982), Valentina (1982), El año de las luces (1986), Amantes (1991), Belle Epoque (1992) o La niña de tus ojos (1998), si no has olvidado el mito erótico en que se convirtió para muchas mujeres que fueron adolescentes en los noventa, si te has dado cuenta de que en los últimos diez años prácticamente ha desaparecido de la primera línea cinematográfica.

Si eres un espectador que cumple alguna de estas características o todas, disfrutarás viendo los episodios, en los que se habla del mundo del cine a través del cine, de lo que sucede con las estrellas, de como se hacen la puñeta entre ellas (atentos a las apariciones de Antonio Resines y Santiago Segura a este respecto), de como, cuando caen en el olvido o en la segunda fila, se reconvierten en personas corrientes y no pueden deshacerse de esa categoría de looser que los atormenta.

Aunque no nos engañemos, Jorge Sanz no es un perdedor a la americana sino a la española. Añora aquellos tiempos de juventud y vida agitada, de rodaje en rodaje, de fiesta en fiesta, y de mujer en mujer. Pero eso no se convierte en su propio sumidero personal. Vive una vida un poco desastrosa. Es verdad. Muchas veces llega tarde a citas que tiene por la mañana y le despierta el móvil en mitad de una inclemente resaca. No tiene pareja estable: su donjuanismo no le ha abandonado del todo y mujeres de muy diferente procedencia y perfil compiten por sus favores. Constantemente debe coger el AVE a Barcelona para visitar a su hijo, interpretado por su verdadero hijo, que vive allí con su madre, pese a que va un poco corto de pasta. Su mala fama se difunde vía Youtube porque a veces, por la noche, se libera y pierde los papeles.

Y pese a todo, Jorge sigue luchando junto a su nuevo representante, Amadeo Gabarrón (que hasta hace nada ha sido vendedor de quesos y no tiene ni idea del mundo del espectáculo), por conseguir buenos papeles y ganarse el pan de cada día. Le mantiene en pie el amor por su hijo, la dramaticidad de lo que le ocurre, muchas veces fruto de un comportamiento crapuloso que él reconoce, y la cercanía de los amigos, que están con él a las duras y a las maduras.

En suma, una mezcla de realidad y ficción en la que todo este mecanismo de auto-reflexividad se convierte en humor, en una ironía que te dice que dos amigos, David Trueba y Jorge Sanz, se han inventado esta serie para hacer pasar un rato agradable a la concurrencia y para que Jorge se gane unos durillos interpretando el papel que mejor saber interpretar en nuestra vida: el de Jorge Sanz.

Jorge Martínez Lucena

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