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Series TV: Dexter, una defensa del relativismo moral

Son numerosas las voces que sostienen que los mejores guiones ya no se encuentran en las películas, sino en las series de ficción. Quizá esta afirmación sea algo exagerada aunque es cierto que en los últimos 12 años llama la atención la enorme producción de series televisivas que han cosechado rotundos éxitos de crítica y público, tales como El Ala Oeste de la Casa Blanca, Breaking Bad, The Sopranos, The Walking Dead, Mad Men o The Wire. Estas producciones, exactamente igual que ocurre con el cine, son susceptibles de vehicular ideas y trasladarnos patrones morales y estéticos a través de los distintos elementos de la narrativa y el guion.

Dexter es una serie norteamericana de gran éxito (llegó a alcanzar los 34,8 millones de espectadores en su sexta temporada) cuyo guion, dinámico y complejo, se constituye en una defensa a ultranza del relativismo moral, y en una ridiculización de cualquier discurso capaz de dar sentido a la realidad, hechos que la convierten en un producto típicamente posmoderno.

La serie se ambienta en Miami, y nos narra las rutinas de los policías del departamento de homicidios de la agencia Miami Metro Police. Las investigaciones, los asesinatos y las intrigas se filtran a través de la mirada del protagonista, Dexter Morgan, forense y asesino en serie. Dexter ha conseguido un cierto control sobre sus impulsos asesinos y aspira a una vida que sus compañeros y familiares perciban como normal. Así, este personaje construye en torno a sí un escenario en el que ni la vida, ni la muerte, ni los principios morales son especialmente relevantes, y todo se encuentra al servicio de la creación de una vida ficticia que esconda su verdadera naturaleza.

Pero esta forma de ser tiene una explicación. Cuando es solo un niño, Dexter vive un suceso altamente traumático que le marca para siempre y le convierte, a su pesar, en el psicópata que es. Su padre adoptivo, Harry Morgan – James Remar-, percibe que su hijo necesita matar, y consigue canalizar estos deseos hacia donde él piensa que pueden ser útiles a la sociedad: Harry convierte así a Dexter en un asesino en serie de otros psicópatas como él, y le proporciona un código de conducta que debería permitirle sobrevivir en la sociedad y llevar, aunque con limitaciones, una vida normal.

El mismo planteamiento de la serie contiene ya suficientes elementos como para defender el profundo relativismo moral que subyace tras el guion. Además, la decisión sobre quien merece vivir o morir queda al arbitrio de las consideraciones subjetivas de Harry y de Dexter. La defensa de la ejecución de asesinos como un favor que Dexter le hace a la sociedad es constante y sitúa al personaje en una confusa frontera entre la heroicidad y la villanía. No obstante la premisa de la serie es clara: Dexter es un héroe. La vida humana se presenta sistemáticamente como un valor relativo, y así, temas como el aborto o la eutanasia aparecen convenientemente tratados de una manera sentimentalista, y desde luego, muy efectiva.

Por otra parte se debe considerar el indiscutible magnetismo del protagonista de la serie, magníficamente interpretado por Michael C, Hall, que sin duda fomenta una rápida identificación con él por parte del espectador, al que no le cuesta demasiado esfuerzo hacer suyas las tesis que sostiene este personaje. Su construcción es sin duda uno de los mayores aciertos de la serie. A pesar de carecer de sentimientos propiamente dichos, Dexter sí es capaz de sentir apegos, de localizar aquellas personas que sin ellas saberlo le defienden de la parte más oscura de sí mismo, personas a las que necesita para continuar inmerso en la sociedad. La familia se presenta de esta manera como una especie de estratagema social, el lugar donde el hombre no construye su identidad, sino donde se limita a sobrevivir, y donde los miembros de la misma están llamados, no a ser amados, sino a ser utilizados. Una visión delirante que no obstante parece matizarse ante la llegada de un hijo biológico, aunque en sus fundamentos básicos permanece inmutable hasta el final de la serie.

Otra figura imprescindible a este respecto es la de Harry, el padre adoptivo de Dexter y de su hermana Debra – Jennifer Carpenter-. Ambos han crecido idolatrándole, aunque ha sido en Dexter en quien Harry ha depositado su verdadero legado, al enseñarle a controlar a lo que él llama su “oscuro pasajero”. Harry es probablemente el único referente firme y supuestamente inamovible en la vida del protagonista, y sin embargo, a lo largo de las sucesivas temporadas, incluso esta figura va a resultar insuficiente para trazar una guía sólida, pues, tal como defiende el guion, ningún patrón moral inamovible  puede existir.

En consecuencia, las creencias o la fe son una pura ilusión, cuya razón de ser es la de tranquilizar el espíritu intrascendente del hombre, irremediablemente abocado a la muerte. En esta serie cualquier forma de fe o creencia se iguala en su pura inconsistencia. Desde la religión católica, pasando por el vudú o la santería, cualquier intento de conexión espiritual se encuentra fundamentalmente relacionado con el fanatismo o la superstición. A este respecto la sexta temporada resulta especialmente explícita. En ella la estética sanguinolenta que recrea toda la serie se presenta íntimamente relacionada con símbolos cristianos, y en líneas generales, la religión se presenta como un mero conjunto de creencias peligrosas, en la medida en la que están en condiciones de inspirar actos de suma crueldad. De hecho, puede sostenerse que Dios es sustituido por la voluntad de un hombre  que mata por impulso, y cuyas elecciones se encuentran únicamente sujetas a un resbaladizo e inestable código de conducta que le ha sido proporcionado por otro personaje no menos cuestionable en cuestiones morales.

Y por último, un punto que en nuestro caso no puede ser pasado por alto: la puesta en escena. En relación con la personalidad y necesidades vitales del protagonista la serie nos presenta una estética en la que la crueldad y la violencia contrastan con la ternura que despiertan otros personajes que viven de espaldas a la oscura realidad de Dexter. Una bipolarización que nos habla de la imposibilidad de una realidad integrada y verdadera. Un potente y eficaz símbolo visual que exige algo más que unas buenas tragaderas por parte del espectador, y que se sugiere ya de forma impecable y creativa desde los títulos de crédito. 

En resumen, no hay salida, no hay respuesta, no hay sentido. La supervivencia se impone en este contexto puramente intrascendente y aleatorio. A la espera de que la séptima y última temporada revoque uno por uno los puntos aquí expuestos –posibilidad remota pero no completamente descartable- sostenemos que Dexter se convierte así en un producto de indiscutible calidad técnica meramente posmoderno, digno de ser analizado con una mentalidad critica, quizá tan desmitificadora e irónica como la del propio protagonista.

 Ana Lanuza

Ficha técnica:

Género: policiaco, asesinos en serie

Intérpretes: Michael C. Hall, Jennifer Carpenter, James Remar, Lauren Vélez, David Zayas, C.S. Lee, Julie Benz, Desmond Harrington, Christina Robinson, Preston Bailey,

Director: James Manos Jr.

Duración: 50 min.

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