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Series TV – Luther: entre el nihilista dostoievskiano y el santo improbable

Luther (2010-) es otra de esas mini-series británicas que uno no debe perderse. Vamos por la tercera temporada, pero es fácil ponerse al día, porque en total no son más que 14 capítulos de flexirrelato. No son capítulos-caso meramente unificados por los personajes. A menudo, la búsqueda del criminal se complica y se alarga más de un capítulo. Y además contamos con tramas que unifican la serie en tramos mayores, como es el caso de las relaciones con la bella Alice Morgan, con su exmujer Zoe y su nueva pareja, Mark North, con sus diferentes compañeros y superiores, etc.

John Luther no es Sherlock Holmes. Ambos son británicos y ambos son protagonistas de sendas teleseries policíacas de éxito que llevan su nombre, pero son dos tipos diametralmente distintos. John Luther es un policía negro. Viste con corbata y gabardina, es puro músculo, a la vez que está siempre un punto atormentado. Es inteligente, pero de un modo básicamente distinto a como lo es Sherlock Holmes. Mientras que el mítico detective de Baker Street soluciona sus casos encadenando razonamientos deductivos basados en pruebas y en el minucioso análisis de éstas, el nuevo héroe de la BBC es vivamente intuitivo. No tiene tiempo para detenerse a inyectarse drogas, a pensar o a tocar el violín. Le importan demasiado las vidas de las víctimas. Frente al casi autismo emocional de Sherlock, Luther es pura sensibilidad, aunque casi siempre se refugie tras una máscara de hieratismo. Es como si no expresase nada porque entendiese que hacerlo es una pérdida de tiempo: tanto urge detener al asesino.

Hay muchos rasgos curiosos en John Luther. Su brigada criminal se dedica a la investigación de los asesinatos en serie, pero su mejor amiga es una bellísima psicópata que parece estar enamorada de él, y que le protege, desde su espantosa inteligencia, de aquellos que le quieren matar o inhabilitar. Como muchos inspectores de policía desde Canción triste de Hill Street, su conducta no es siempre irreprochable. Tiene arranques violentos. Les tiende trampas a los asesinos. A veces, vulnera la legalidad. Pero siempre lo hace por intentar proteger a alguien o incluso por hacer justicia más allá de la justicia. Su fiel escudero, Dustin, lo formula diciendo que no es lo mismo ser corrupto que ensuciarse las manos. Luther se implica, porque es un tipo serio, sin demasiado sentido del humor.

Pese a su corpulencia, se trata de alguien frágil. Siempre le han gustado más los libros que las pistolas. Es un hombre de una sola mujer, aunque su mujer ya no es su mujer. Luther es alguien herido, que se refugia en su trabajo para no estallar violentamente. Combate su desorden vital mediante el servicio a la sociedad, a las víctimas, a los débiles, por los que es capaz de arriesgarlo todo, incluso la placa o la vida. Malvive en un cochambroso apartamento. Es como si su vida fuese una punzada de dolor cuya única anestesia fuese la lucha contra el crimen. Y lo arriesga todo, sin guardarse nada, porque cada vez le queda menos que salvaguardar de la oleada de mal que le rodea.

Los guionistas han hecho un buen trabajo en torno a este personaje que, enfangado en la ambivalencia de la circunstancia, vive persiguiendo la justicia, entre cadáveres y asesinos rituales, pero con la firme ayuda de sus amigos, que, cuando lo son de verdad, no sólo le son leales hasta el extremo, sino que le corrigen libérrimos, como sabiendo que la verdadera compañía es la que se organiza en torno al ideal y no sobre la marisma de una fidelidad ciega.

Luther es un personaje borderline, entre el nihilista dostoievskiano y el santo improbable. Es su consubstancial pertenencia a la policía lo que le vertebra de tal modo que no le deja lanzarse al vacío sobre el que constantemente transita, cual funambulista. Es la tímida calidez de las relaciones con sus compañeros de trabajo y sus amigos embrutecidos por la vida, la que irradia en él el sentido suficiente como para que Luther no se entregue a la demencia y el desenfreno violento y siga contribuyendo, aunque sea irónicamente, al orden del mundo.

Por todo esto es mucho mejor ver esta teleserie que no verla. Si no, ya me cuentan.

Jorge Martínez Lucena

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