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Series TV – Utopía: un cómic entre Tarantino y los hermanos Coen

Las mini-series británicas están en niveles inesperados. Hoy voy a hablar de una de ellas, Utopía (2013-), de la que he visto la primera temporada, compuesta de seis capítulos de unos 50 minutos, y de la que ya espero con impaciencia la segunda temporada, que le ha sido concedida, según me he enterado, imagino que por el público.

La historia parte de una escena digna de una película de Tarantino todavía por rodar. Dos hieráticos treintañeros – uno gordito, con pantalones de chándal y una cazadora bomber que le va pequeña, y el otro con tupé y vestido de rocker– armados con una bolsa de deporte de un amarillo chillón y acharolado, entran en una tienda de cómics y hacen la pregunta que se repetirá en todos los capítulos de la serie (“Where is Jessica Hyde?”). Así se desencadena cruelmente la trama de esta intrigante teleserie que consigue que el espectador se mantenga en vilo episodio tras episodio.

Por las características de la historia, contar poco se convierte en contar demasiado. Por eso optaré por dar sólo dos mínimas pinceladas y así colaborar en mantener esa sensación de extremo absurdo que su creador, Dennis Kelly, ha conseguido imprimir como un sello inconfundible y como un dispositivo fundamental en la narración, al más puro estilo hermanos Coen, de la mano de personajes tan demenciales e inexpresivos como el inquietante y contrahecho Arby/Pietre o la misma Jessica Hyde, una especie de Lara Croft zarrapastrosa y underground, más bien de barrio.

Aunque parezca banal, lo primero que diré es que son muy curiosos los colores de la teleserie. Ambientada en Inglaterra, no predominan los tonos grisáceos y tristes, ni siquiera los chubascos. De Reino Unido sólo está el rabioso verde de los prados y el violeta radical de la lavanda. Pero ese vigor cromático se contagia a toda la paleta en cada uno de los planos. Algo que también nos recuerda al Pussy wagon del Kill Bill de Tarantino: chándals de un rosa fosforito, negros cerúleos, sangre roja, mucha sangre muy roja que salpica, como un vino denso y borgoña, casi apetitoso, cielos de un azul intenso que más parecen del Caribe que de la campiña inglesa, amarillos de Photoshop que hieren la mirada del espectador desde flores fulgentes, de una primavera improbable. Colores saturados que desrealizan todo ese mundo de violencia cruda que nos sale al paso en cada escena. Matanzas leves, gratuitas, como salidas de un cómic que también se titula Utopía y que es central en el relato. Todos los personajes intentan hacerse con ese cómic posmoderno. En él parece estar escondido un secreto importante para la humanidad, y para el espectador, que tiene que averiguar de qué va toda esa crapulosa y carnicera persecución que va dejando un intenso reguero de víctimas.

Poco a poco se va entendiendo de qué va todo. Se trata de una Utopía y de todo lo que ésta implica. De nuestra utopía, de la que incuba nuestro mundo materialista, cuyas religiones son la economía y la ciencia, sin límites. Cuando uno habla de utopía, con ánimo de ser difuso, uno habla de un poder benéfico, de la persecución de un mundo mejor en pro del cual se justifican todos los medios –sobre todo el asesinato y la tortura de los que tienen la mala suerte de ponerse en medio-, del papel de la tecnología, de los experimentos con humanos, de las multinacionales, de las farmacéuticas y los gobiernos, de internet, de la genética y el caos, que amenaza, siempre, en todas partes, al plan quinquenal, a las previsiones. La trama va estructurando una compañía humana de huérfanos, de malogrados, de humillados, de desclasados, que el sistema evacúa, elimina, margina, clasifica y condena. Perseguidos, tratan de evitar algo que no saben muy bien qué es, pero que les ha herido, les ha hecho perder a sus seres queridos, a la vez que les ha solidarizado contra la conspiración globalizada, convirtiéndolos en la humanidad herida, en el acontecimiento permanente del relato, en lo impredecible, en lo imposible según el dictado de los talonarios, en ese roble sin bellota del que hablaba Derrida y con el que el espectador se identifica, porque la humanidad es eso, un acontecimiento, lo contrario que la Utopía, el plan de los hombres, el metarrelato, que suele convertirse en cacotópico.

No hay duda: esta serie se acabará rodando también en Estados Unidos. Espero que no le cambien la titilante y divertida banda sonora. Probablemente será en una cadena de cable, de pago -es demasiado radical estéticamente como para lanzarla al público generalista. Pero no conviene perderse esta magnífica versión original, tan británica. Está llamada a ser una serie de culto. 

Jorge Martínez Lucena

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