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A Ghost Story

Caratula de "A ghost story"

Crítica:

Público recomendado: adultos

¿Cómo se determina la mejor película del año? En lo que acata a este 2017 y todavía a falta de dos meses para alcanzar el 2018, el presente año ha sido un año de gran cine. Producciones independientes y superproducciones mastodónticas han destacado equitativamente, citando como ejemplos a la última maravilla de Sean Baker, The Florida Project o la ambiciosa y taquillera Blade Runner 2049 de Denis Villeneuve. Sin embargo, fijar una única obra que sobresalga por encima de todas, posee un carácter tan subjetivo que cualquier persona tiene en mente la suya: de ahí que haya tantas listas con tantas películas como “mejores del año”. Una experiencia visual, algo puramente cinematográfico, donde las imágenes funcionen tan bien que añadir diálogos sería irrelevante; una banda sonora que acompañe y profundice en psique de los fotogramas; unas interpretaciones tan “químicas” que con la ausencia de una actor, nuestra percepción sobre la escena sea la misma que si tuviéramos en el encuadre a un ejército entero. La “película del año” es aquella que no pretende serlo y cuyo realizador se centra más en profundizar en sus historias que en hacer “obras maestras”. A Ghost Story puede que no alcance la perfección a la que toda obra aspira, pero sí tiene en su fuero interno el suficiente material como para recordar por qué en el cine sigue habiendo arte.

La historia es sencilla: una mujer pierde a su marido en un accidente de coche, sin embargo este, por algún tipo de fuerza superior, no puede abandonar a la persona a la que tanto ha amado. Tiene tintes sobrenaturales, y aun así es una de las películas más sencillas y cotidianas de los últimos años. Hay fantasmas, pero no son Casey Affleck y su sábana. Hay terror, pero no son los gratuitos golpes de efecto que abundan en las vulgares cintas de terror juvenil de hoy en día. Hay música, pero también silencio. Hay dolor, miedo, y filosofía. El lazo de unión de estos núcleos es uno: la pérdida y el olvido. Qué nos importa que la película esté en formato 4:3, o que casi sea una película muda. ¿Inspiraciones directas de Terrence Malick? El señor Lowery, director y guionista de esta cinta, juega en otra liga distinta a la del Malick (y decir hoy esto es un hágalo para David Lowery). “Conocer es recordar” sintetiza Platón en su “diálogo” con Parménides, algo parecido a lo que el fantasma de Affleck se enfrenta durante toda la película: morir y ser olvidado o permanecer en la tierra como un espíritu errante con el objetivo de permanecer en nuestras memorias. En la de este redactor vive, sin duda. Y permanecerá viva años. Es dura, melancólica, estremecedora y sobre todo reflexiva; toda una experiencia, de fondo y forma, pues también se trata de un brillante caramelo visual: una fotografía solvente, con juegos de luces muy bien llevados (cada fotograma podría ser un fondo de escritorio de su ordenador). Esos bordes redondeados del aspect ratio, visión claustrofóbica de la eterna asfixia que el fantasma debe sufrir durante su odisea a través del tiempo y el desamor. Affleck y Mara ya demostraron su más que intrigante y maravillosa química en Ain’t Them Bodies Saints, también de David Lowery. Aquí es otro nivel, algo superior más allá de la mera interpretación. Las escenas de cama entre ambos: tiernas, cálidas, llenas de sentimiento y amor. La banda sonora que acompaña este matrimonio eriza la piel por sus delicadas armonías. El tratamiento del sonido es otro punto aparte: es motivo suficiente para ser disfrutada en cine.

Es difícil sacar puntos negativos a una obra que ha conseguido calar tan hondo, por ello el único “pero” es que quizá varios sectores de público la encuentren demasiado “encriptada” o “hermética” (de ahí su nefasta distribución en España, que sin duda pasará sin pena ni gloria). Más allá de su complejo lenguaje, una vez se encuentre dentro de su magnetismo y encanto, deberá dejarse llevar. Lowery, como uno de los realizadores más sólidos de este siglo, sabe lo que hace. Sus intenciones son claras, y conducirá a los espectadores a su terreno con la más suave de las brisas otoñales.  Es cósmica, única, una experiencia que merece un hueco en el corazón de todo buen amante del cine. Me remito a lo dicho: para un servidor, la mejor película de año, cuya huella permanecerá en nuestra memoria como el fantasma de Casey Affleck.

 

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