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Déjame salir

Caratula de ""

Crítica:

Público recomendado: adultos

El cine de terror actual ha encontrado su mejor momento para la explotación de un género que parecía trillado, y completamente acabado. Hasta hace unos pocos años, el cine de terror era una degeneración de remakes de cintas japonesas, explotations gore, o, sencillamente, sustos vistos una y otra vez que aburrían hasta la saciedad. Sin embargo, en los tres últimos años han aparecido nombres como Robert Eggers, Adam Wingard, Karyn Kusama, Jennifer Kent, Mike Flanagan, o David Robert Mitchell que han sabido encandilar este género tan maltratado por una vena inesperada: la unión del thriller psicológico, las inspiraciones de autores de los 70 y los 80 y el terror más febril y cercano. De ahí surgen propuestas como It Follows, La Invitación, Babadook, u Oculus (de los directores anteriormente mencionados). Inspirados por autores actuales que encontraron su autoría de forma muy temprana como James Wan, estos jóvenes cineastas han llenado de energía el cine de terror con fuerza, dándole un soplo de aire fresco al mundo del miedo y sorprendiéndonos con sus trabajadas propuestas. Entre estos directores se ha colado con fuerza Jordan Peele, habitual actor de series televisivas como MADtv, Key & Peele o Fargo, estrenándose en el mundo de la dirección con la sorprendente y brutal Déjame Salir.

La trama es sencilla y algo reconocible: un joven de color se dispone a pasar un fin de semana con la familia de su novia con el fin de conocerlos, sin embargo al joven le asalta la preocupación por el recibimiento que pueda darle “una familia blanca americana”. Esta premisa, que puede recordar a una suerte de Adivina quién viene esta noche, está lejos de ser una propuesta cómoda y agradable pues ni hay romanismo a lo Sidney Poitier y Katharine Houghton, ni la comedia será ligera. La propuesta de Peele, bajo un claro componente social y de denuncia, construye un relato opresivo e incómodo, con una atmosfera misteriosa y paranoica que va in crescendo conforme avanza la trama, siempre a golpe de ramalazos de un humor negrísimo muy parecido al creado por Brian Yuzna en Society, pero con mayor seriedad y sin componentes paródicos. Según avanzan los minutos el suspense aumenta, y actúa como un perfecto catalizador para preparar el terreno a un desenlace realmente sobrecogedor, con ecos al más puro estilo de Romero o Carpenter. La película acaba siendo todo un alegato necesario, que desde su comienzo con esa canción interpretada en idioma swahili, pretende demostrar que la lucha contra el racismo sigue vigente y que la integración racial debe convertirse en algo real en una sociedad moderna. La denuncia de esa sociedad de “progres” de clase media-alta, cuyo apoyo solo es una aparente cascara social es la clara referencia social con la que Peele arremete sin piedad, y que por ello alza la mano a favor de una lucha activa.

La atmosfera, una unión entre aquella Funny Games y la ambientación más inquietante de Polasky, es sin duda lo mejor de la película, y que por ello podemos situarla junto a La bruja como uno de los mejores ejemplos donde el miedo es la propia naturaleza. También son de gran ayuda la interpretaciones que acompañan al film, destacando la de un Caleb Landry Jones escalofriante y emergente en su carrera actoral (dentro de poco lo veremos en la nueva temporada de Twin Peaks); por supuesto la del joven protagonista Daniel Kaluuy, aunque a veces su calma recuerda en demasía a su actuación pasada en Black Mirror; y el experimentado y siempre fiable Bradley Whitford.

En conclusión, una película repleta de ecos pero que se une a esa nueva generación de directores de terror emergentes y destinados a situar a este género en el pedestal que estaba en épocas pasadas como la Hammer. Inquietante, paranoica y necesaria película social que ya está aclamada como una de las mejores películas de terror del año.

 

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