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En cuerpo y alma

Caratula de "En cuerpo y alma"

Crítica:

Público recomendado: adultos

Llega a nuestras pantallas la película húngara que triunfó en el último Festival de Berlín, que obtuvo el Oso de Oro, así como el Premio Fipresci, de la prensa internacional y el Premio del Jurado Ecuménico. También triunfó como mejor película en el Festival de Sidney y representa a Hungría en los próximos Oscars. Su directora y guionista, Ildikó Enyedi, de 62 años, a pesar de su trayectoria, no era conocida en la cartelera española, entre otras cosas porque llevaba 18 años sin hacer un largometraje.

La película nos cuenta la historia de Endre (Morcsányi Géza), director financiero de un matadero en Hungría. Es un hombre mayor, con una minusvalía en un brazo, y vive solo. Un día entra en la empresa una nueva inspectora de calidad, María (Alexandra Borbély), que en seguida cae mal a los trabajadores por su distancia en lo personal y lo intolerante y rigorista en lo profesional. Endre trata de llevarse bien con ella, cosa que no es fácil, hasta que descubren algo en común que les resulta sorprendente y provocador.

Por un lado, sostenido especialmente por la subtrama onírica, el film hace gala de un tono poético, a la vez que austero. La fábula de los sueños compartidos, que caería dentro de un estilo de realismo mágico, adquiere aquí un aire de realismo social, de realidad desnuda y sin lirismos artificiales. Y es esta paradoja lo mejor del film respecto a estilo. Lo extraordinario tratado y presentado como ordinario. Ese minimalismo expresivo, especialmente subrayado en la interpretación de Morcsányi Géza y Alexandra Borbély, recuerda la contención de Robert Bresson y la sobriedad emocional de Aki Kaurismaki. Todo ello acunado por un ritmo contemplativo y una cadencia lenta. Pero esto no es más que el envoltorio de una propuesta temática que también es interesante. El film habla de la posibilidad de un amor puro en un contexto de soledad, banalidad e hipersexualización. Y esa posibilidad surge entre dos personajes que son muy característicos de una sociedad que llena sus márgenes de hombres heridos, desechables, descartados. Endre es un hombre con invalidez, resignadamente solitario y que hace ya mucho tiempo que renunció al amor. Sólo mantiene esporádicas relaciones sexuales con una antigua pareja. María tiene un cuadro psicológico muy neurótico. Es perfeccionista, solitaria, fría, carece de empatía y no soporta el contacto físico con nadie. No tiene pareja ni vida sexual. Se trata de dos personas que han amputado su capacidad de vínculos, su capacidad de amar. Y que se terminan reconociendo en la metáfora de sus sueños.

La película hay que tomarla como un cuento, pero no como un cuento evasivo y fantasioso, sino como un certero diagnóstico de una enfermedad de nuestro tiempo, o mejor dicho, de “la” enfermedad de nuestro tiempo. Pero a la vez es un relato positivo, lleno de compasión, de pequeños detalles de humanidad solidaria e incluso misericordiosa. Una propuesta original, interesante y satisfactoria para los amantes del cine independiente.

 

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