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Jacques

Caratula de "Jacques"

Crítica:

Público recomendado: jóvenes

Hace algunos años, el grupo de música Els amics de les arts sacó a la venta un CD titulado “Espècies per catalogar” (2012) cuya tercera canción daba voz a la gran cantidad de chavales que crecieron viendo los documentales y películas del comandante Jacques Costeau; un homenaje musical que hacía hincapié en la fascinación y asombro de niños entusiasmados, extasiados, por la fauna y flora marina, el silencio del océano y la vastedad de los mares. Precisamente este biopic, Jacques (L’Odyssée, 2016), sobre el legendario comandante de buque de investigación Calypso se encarga de presentar al espectador la valentía de un hombre apasionado por lo desconocido, por -como dice él mismo-, el irrefutable atractivo que le suscita «un mundo nuevo cargado de promesas»; la pasión de un hombre y una familia enamorados del mar, que deciden dejarlo todo y arriesgar la propia vida para conquistar sus sueños.

Aun a pesar de que el director y guionista Jérôme Salle no dote a la obra de la potencia narrativa y de tensión dramática necesarias, cabe señalar que dicha carencia se ve paliada por una magnífica apuesta por lo visual: el espectador se ve envuelto en, precisamente, aquello que movió al comandante y su tripulación a recorrer el mundo entero en busca de las profundidades inexploradas; consigue permear en el espectador y hacerle, por lo menos, intuir “el silencio perfecto del mar”. La película, no obstante, avanza y nos presenta también a un Costeau -interpretado por un convincente Lambert Wilson (De dioses y hombres, The Matrix)- que sigue viviendo y apoderándose de sus sueños, hasta que un día su hijo Philippe (Pierre Niney, Frantz) se percata de que el ideal puro que había movido a su padre a mover cielo y tierra, para sacar adelante las investigaciones del Calypso, se ha pervertido. ¿Saben esas ocasiones en que hay otro que nos recuerda y nos hace caer en la cuenta de que el ideal por el que habríamos dado la vida y por el que quisimos vivir ha desaparecido? Al protagonista le ocurre lo mismo: no se percata de que ha traicionado la pasión que le suscita la realidad; ha domesticado un sueño que, inevitablemente, ha decaído. Y cuando el ideal que lo estructuraba decrece, silenciosa y paulatinamente, es porque la chispa que prendía el motor se ha transformado en un sucedáneo incapaz de sostener la realidad, e incluso de violentarla. Hasta el punto de que se percata de que el afán de protagonismo y «ombliguismo» de su padre ha enmascarado la relación con su mujer (una guapísima Audrey Tautou, Amélie) y sus hijos y ha cambiado la motivación última por la cual realizan sus viajes y exploraciones.

Es gracias a su hijo que el legendario Costeau vuelve, pues, a caer en la cuenta de que, aun a pesar de su insospechada “traición” y ceguera familiar, la persecución de un ideal -“utopía” como el mismo personaje afirma en una de las escenas finales- que sostenga la vida es el único camino para salvaguardar la belleza que le cautivó y que supo transmitir a su familia, tripulantes y a medio mundo. Jacques o el drama de vivir un ideal.

 

 

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