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T2: Trainspotting

Caratula de ""

Crítica:

Público recomendado: adultos

Una fábula aleccionadora a la contra es la que nos propone la secuela de Danny Boyle (Steve Jobs, 127 horas, Slumdog Millionaire…) T2: Trainspotting, en la que aquellos “yonkis” de la primera de 1996 son ahora maduros, pero continúan enganchados a las drogas, persiguen el dinero fácil y, en suma, arrastran las consecuencias de haber pasado muchas líneas que lastran su deseo oculto —añoranza— por “elegir la vida”, como dirá Mark (Ewan McGregor: La venganza de Jane, Mil maneras de morder el polvo…) en uno de los momentos cruciales del filme, con el que se faja desencantado por no haber encarado otra vida distinta a la que ha llevado.

Nada ha cambiado a mejor. Así lo constata cuando vuelve a Edimburgo para encontrarse tras veinte años con el resto de su pandilla. Antes había vivido en varios países de Europa, Holanda, el último, donde se casó y divorció.

En su primer contacto, salva a Spud (Ewen Bremner: Exodus: Dioses y reyes, Rompenieves…) de suicidarse, recibe una paliza de Simon (Jonny Lee Miller: Elementary, Sombras tenebrosas…) y Frankie, “Franco”, (Robert Carlyle: La leyenda de Barney Thomson, Érase una vez…) le busca para matarle. Con el primero repartió una cuarta parte del dinero de un robo de la pandilla; con la de los otros dos, se quedó el resto.

Aunque les indigne, a ninguno de ellos les extraña esa forma de actuar de Mark y reconocen que harían lo mismo; su amistad perdió la inocencia (imágenes de ellos de pequeños con música infantil de fondo) con su inicio en el consumo de drogas (acompañada por canciones de hard rock) y robos continuos. Van cruzando límites y van perdiendo sensibilidad. Cerca de los cincuenta, aquellos que fueron amigos de la infancia, no les resulta fácil reconocerse.

Con todo, hay arrebatos en ellos donde brilla momentáneamente esa humanidad perdida. Spub ve en el suicidio la única salida para “terminar” con la droga y no destrozar la vida de su ex mujer e hijo. También Simon ve en la búlgara inmigrante Verónika alguien a quien ayudar, aunque se aproveche de ella para sus negocios pornográficos (salpicón de imágenes). Por su parte, Frankie, fugado de la cárcel donde cumplía condena por un asesinato, recuerda el momento en el que reconoció a su padre en un “sin techo” borracho, lo que le lleva a abrazar a su hijo. Antes le había obligado a delinquir cuando saquearon una vivienda.

Pero, como dije más arriba, es Mark quien se hace portavoz de estas vidas en el precipicio en las que parece no haber salvación posible. Este planteamiento se convierte así en el mensaje pesimista del guionista John Hodge, sobre la novela de Irvine Welsh, que secunda Danny Boyle para servirnos T2: Trainspotting (prefieren el “glamour” contracultural de la saga).

Con todo, el resultado tanto en su propuesta cinematográfica (el cine ágil y de videoclip de Boyle llega rotundamente a los jóvenes) como en su desenlace, nos acerca al balcón de nuestro mundo occidental y rico que persigue el deseo quemando experiencias desde edades tempranas, cuyas consecuencias quedan, pero, también con ellas —eso no lo dicen Boyle ni Hodge, optando por un escapismo festivo—, siempre hay salida y un resquicio para ejercer la libertad.

 

 

 

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