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Bel Canto

Caratula de "Bel Canto"

Crítica

Llega a nuestras pantallas una adaptación de la novela best-seller de Ann Patchetts, publicada en 2001.

Patchetts tomaba como base de su libro los sucesos reales ocurridos en la embajada japonesa de Lima, en 1996. Tanto en la novela como en la película, sin embargo, se elude nombrar a Perú y a las personas reales implicadas.

Una conocida cantante de ópera norteamericana es contratada para actuar en la embajada japonesa de un país sudamericano. Durante su estancia allí, se verá envuelta en el secuestro de la embajada por un grupo guerrillero local. La situación se prolonga, y ello provoca que surja una inesperada historia de amor.

A pesar del alto perfil del material de base, no cabe duda de que el mayor atractivo cinéfilo de esta Bel Canto es la presencia de su protagonista, Julianne Moore, una de las mejores actrices del panorama cinematográfico desde hace ya varios años. A pesar de eso, se la ha rodeado de un elenco internacional muy competente. Desgraciadamente, es precisamente el reparto el que rescata la película de caer en la irrelevancia completa.

Aunque la historia original es muy atractiva y cinematográfica, encerraba un desafío difícil de manejar: combinar una situación propia de un thriller, como es un secuestro con rehenes, con una historia de amor en la vena del cine romántico más convencional. La sensación es que Paul Weitz no ha conseguido encontrar la mezcla adecuada. La película arranca como un thriller muy correcto, estableciendo el marco de la embajada secuestrada con ciertas dosis de suspense y tensión. Pero la transición hacia la parte romántica es torpe, cayendo en situaciones que resultan inverosímiles tal como están presentadas. Finalmente, la tensión resurge en la resolución final, en la que el tono, y casi podríamos decir el género, vuelven a voltear.

No faltan ciertos apuntes humanos de interés, como las reacciones ante una situación límite, o la ambigüedad moral ante acciones violentas que vienen motivadas por las políticas opresivas de un gobierno autoritario. No es que Weitz profundice demasiado en nada de ello, pero al menos queda planteado.

Más allá de eso, de la belleza de ciertos pasajes musicales, y sobre todo de la interpretación siempre convincente de Julianne Moore, la película no consigue crear una narración fluida que mantenga el interés que debería tener una historia como esta.

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