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Happy End

Caratula de "Happy End"

Crítica

Público recomendado: Adultos

 Happy End, decimosegunda película en salas de Michael Haneke, trae la historia de una familia burguesa afincada en Calais, con sus vivencias, de temática en torno al suicidio, el adulterio, los desbarajustes económicos y, sobrevolando todo, una (ya conocida) falta de perspectiva esperanzadora: el nihilismo propio del director, autor de cintas como Amor, La pianista o La cinta blanca, no falta a la ocasión.

Con un cast que reagrupa los greatest hits de sus otras cintas, como Isabelle Huppert (La pianista) y Jean-Louis Trintignant (Amor), la película va oscilando por las distintas perspectivas de cada miembro del círculo, empleando recursos incisivos en la nueva cinematografía multidisciplinar de las pantallas, con chats de Internet o imágenes grabadas por el móvil, que colaboran en un proceso de introducción a formas de ver, a conocer perspectivas disonantes ofrecidas por los personajes.

Toda la narrativa de la película permanece enmarcada en una sobriedad inusual en contraposición con la obra general del director austriaco, con tintes que podrían incluso tildarse de exaltación de lo ordinario sin pretensiones estéticas más allá de la pura composición y coreografía; esquema que en pocas escenas rompe.

El film juega de principio a fin con la noción del tiempo: escenas conducidas a través de planos secuencias de coreografía compleja y de contenido, por el contrario, aparentemente anodino, trayendo una noción de tiempo presente que se centra en momentos, ratos, en sí mismos, con sus infinitos matices circundantes. Esto, acompañado por una estética tan sobria como el desarrollo de los conflictos, lleva a percibir la cinta como “ratos” de “vivencias”, entre los que se tejen los vectores de los personajes, con sus miradas y direcciones. Haneke elabora una exploración de lo cotidiano atravesado por dramas profundos y, en cierta medida, impostados.

Pese a estar revestida del cariz nihilista del autor y a mantener su narrativa propia, la película no resulta, no obstante, una novedad frente a lo que el cineasta austriaco ya ha traído con sus diferentes producciones a lo largo de los años, quedando, así, llegando, como se apuntaba antes, a repetir personajes y temas, incluso ambos a la vez, como en el explícito caso del personaje de Trintignant y la temática de la eutanasia, afrontada también con  en Amor. Por todo, Happy End es una cinta interesante, sí, sigue el discurso propio de Haneke y su forma propia de narrar, pero no aporta una novedad significativa a grandes rasgos, más allá de una interesante apuesta formal enfocada a nuevas puertas del relato audiovisual.

 

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