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Loving Pablo

Caratula de ""

Crítica:

Público recomendado: adultos

Sanguinario, vengativo, megalómano, histriónico…tan odiado por muchos como querido por los pobres de las covachas de los alrededores de Medellín, a Pablo Escobar le servía todo y de todos para fortificar y ampliar su imperio de droga y muerte. El director Fernando León de Aranoa (Princesas, Los lunes al sol, Caminantes…) le ha hecho protagonista en la piel de Javier Bardem en una consistente y rutilante interpretación en Loving Pablo, con Penélope Cruz, como Virginia.

León de Aranoa, también guionista sobre el libro de Cristina Vallejo, se ha recreado en una buena parte de la carrera delictiva del narcotraficante colombiano. Desde alrededor de 1980 hasta 1993, aborda las vicisitudes de Escobar para hacerse con el control de la droga que iba a Estados Unidos (en sus primeros minutos, asistimos a la reunión de capos de la droga colombiana para crear el cártel que abastecerá de estupefacientes a buena parte del territorio estadounidense). En este sentido, contundente  y espectacular es el aterrizaje en plena autopista norteamericana de un avión trufado de droga al que vigilan sicarios armados y otros descargan en escasos minutos.

Aranoa omite los inicios anteriores en el contrabando de la juventud de Escobar, que nació en una familia campesina, y dibuja con trazos sutiles la personalidad megalómana del hombre más buscado por los gobiernos colombiano y de Estados Unidos. Junto a él estará Virginia (Penélope Cruz: Los abrazo rotos, Volver, Bandidas…), la amante principal del grupo de mujeres de todas las edades (incluso niñas) que Escobar utilizaba en sus orgias, que siempre estaban por debajo de su esposa, con la cual tenía dos hijos.

“Persigue que los demás te respeten y, si no lo consigues, que te teman”. Era una máxima del delincuente nacido en Río Negro. Fue capaz de reclutar y armar a cientos de sicarios de los barrios pobres, porque antes se había ganado su estima al construirles casas. Con esa fuerza criminal de élite, puso precio a las cabezas de policías y políticos (asesinó al Ministro de Justicia), sembró de bombas ciudades colombianas y puso en jaque durante varios años al país sudamericano.

El director madrileño de Los lunes al sol ata con mucha solvencia en un buen montaje estos episodios, incluso cuando el narco accede al parlamento colombiano tras sacar un escaño, comprando a los partidos políticos de entonces. Sustantiva es, por supuesto, su relación con Virginia, a la que deslumbra en el inicio por su autoridad y poder, pero a la que va desengañando por sus continuos excesos.

Es la voz de ella la que relata en off sucesos de su relación con Escobar, a los que posiblemente habría convenido mostrarlos con imágenes, porque el cine se hace con estas más que con discursos.

Como se dijo anteriormente, Escobar se lleva el protagonismo del filme, junto con Virginia y queda a la sombra el antagonista —en este caso el “bueno”—, al que da vida un agente de la DEA (Peter Sarsgaard: Jackie, Blue Jasmine, Elegy…), pero al que Aranoa ha preferido dejarle en un segundo plano para no distraer, posiblemente, al espectador con duelos que no hubieran aguantado el escaso peso en pantalla del policía estadounidense (un tanto lánguido).

Salvo una corta aparición de un sacerdote, cuando Escobar visita los arrabales de la ciudad para anunciar la construcción de casas para los marginados, no hay vestigio de su religiosidad, como sí ocurrió en el biopic Escobar: Paradise lost, protagonizado por Benicio del Toro, en la que ordena a un sacerdote que se encare con Dios de su parte y le pida explicaciones.

Por sus escenas de violencia extrema (muy bien rodadas con los encuadres de Alex Catalán y una banda sonora de época), principalmente, y sexo la película del director español debería verse con espíritu crítico por padres e hijos adolescentes para evitar encumbrar a un criminal que no alcanzó a caer en la cuenta que sus pies eran de barro y sangre.

 

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