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Mamma mía: Una y otra vez

Caratula de ""

Crítica

Público recomendado: Adultos

Con Mamma mia, una y otra vez, ya sabemos, prácticamente a lo que vamos. El elenco de actores es asombroso, la música de Abba, poco hay que decir que no se sepa, las localizaciones son magníficas, un verdadero derroche de luz y color, bailes y glamour. La fórmula del éxito en taquilla está asegurada. Pero. La historia de la primera Mamma mia (Phyllida Lloyd, 2008) es bastante deleznable de por sí: Donna es una chica que se acuesta con todo el que pasa y no sabe quién de los tres chicos de la semana es el padre de la hija que espera, pero no importa, lo importante es hacer lo que quieras y seguir tus sueños y toda esta filosofía barata hija del sesenta y ochismo. Eso sí, ya el hecho de que una chica así dé a luz a su bebé y no lo aborte, ya es algo meritorio, en los tiempos que corren, pero sigamos adelante con Mamma mia 2.

Esta segunda entrega es una precuela secuela. La historia de Donna y la de su hija Amanda, que a falta de uno, tiene tres padres, como lo más normal del mundo, están brillantemente entrelazadas, con un guion meritorio que combina tensión e interés, humor y en los inicios, en la primera canción, el pago obligado a la ideología de género, ambigua, medida, controlada, pero que no deja de ser el canon que todo director tiene que acabar pagando. Además de estos los bailes, la buena música, grandes actores, islas paradisíacas…

Como buen musical es pura exaltación. ¿Qué es lo que exaltan los musicales? Lo que sea, puede ser la vida, la década de los 50, el mundo de los gánsteres, el amor adolescente, el mundo hippie y el antimilitarismo, las bandas callejeras o la historia bíblica de José. Pero, ¿qué exalta Mamma mia? Pues, básicamente, una mentira, pero una de esas mentiras que a uno le gusta creerse. Uno puede creerse que da igual lo que “hagas”, lo importante es lo que quieras “ser”. Dualismo antropológico: yo puedo hacer con mi cuerpo lo que quiera, pero eso da igual, lo importante no es lo que hago, sino que lo que yo quiero ser. Como si mis actos no tuvieran consecuencias. Todo el mundo sabe que si gasta más de lo que tiene acaba arruinado, porque las facturas están para ser pagadas (o ser demandado y embargado), pero nos cuesta creer que en la vida los actos del día a día, los importantes de verdad, a quién amamos, en donde ponemos el corazón, están preñados de consecuencias, que escapan muchas veces de nuestro control. Los años 60 nos dejaron una idea estúpida de libertad, mezcla de pose, ignorancia, ingenuidad y mala fe, y nos cuesta desembarazarnos de este engaño.

Y oh, sorpresa, en Mamma mia 2 encontramos, al final, el guiño a la necesidad de superar estos esquemas, y agarrarse a certezas, como la certeza de saber quién es mi padre. Ignorarlo y que todo dé igual es mentira. Por eso, el final de esta segunda parte, es más honesta.

A veces a uno le toca hacer negocietes en comandita con alguien que te dice: “vamos al 50%”. Sabes que no es así, que los dineros los lleva él y él tendrá un 60% y tú un 40%, pero aún así lo haces. Ya sabemos a qué vamos con Mamma mía 2.

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