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Pequeño secreto

Caratula de "Little Secret"

Crítica

Público recomendado: Adultos

La adopción como tópico en una trama cinematográfica es siempre un buen gancho de ventas. Al público le gusta una buena historia de un/a joven que descubre ser adoptado/a y emprende un viaje por encontrar a sus progenitores. ¿Dónde está la clave? En el sentimentalismo; en general gusta cuando el protagonista, a pesar de todos los obstáculos e inconvenientes que encuentra por el camino, se alza con su objetivo y al final toda la familia biológica se funde en un caluroso abrazo lleno de lágrimas de alegría, besos, sollozos, agarrones y miradas infinitas entre el hijo encontrado y sus padres reales. O todo lo contrario: el joven debe afrontar que jamás encontrará a su familia, ya sea por fallecimiento o porque en el fondo sabe que jamás recuperará el amor que sí le ha dado su familia adoptiva. Pero es fácil caer en el exceso y que la propuesta se llene de momento azucarados que acabarían con la vida de un diabético. Aun así, retomando lo anterior, el sentimentalismo vende y sobre todo si está bien contado. Ejemplos los encontramos a patadas: por un lado tenemos obras tan notables y emotivas como Secretos y Mentiras, Después de la boda, Lion o las recientes propuestas españolas Verano 1993y La adopción(esta última muy poco comentada, a pesar de su interesante enfoque y tratamiento). Pero otro lado tenemos “lo tenebroso”, que se resume en esas películas se sobremesa que echan por la tele los sábados y domingos por la tarde. La línea que separa una de la otra puede ser muy fina. Y ahora llega David Schurmann y nos presenta Pequeño Secreto: una íntima propuesta autobiográfica en homenaje a su hermana; emotiva, narrativamente llevadera, algo sobrecargada de momento almidonados, y un poco tediosa en su nudo. Pero lo realmente destacable es la humildad de la propuesta: sin excesos ambiciosos ni discursos pedantes; una sencilla película que sabe lo que hay, lo que tiene y lo que va a mostrar.

La obra nos presenta la trama desde tres puntos de vista: una familia brasileña, centrada en su pequeña hija de 12 años; una joven pareja que acaba de comenzar su periodo de noviazgo; y un matrimonio anciano que tiene que lidiar con problemas de salud. Con esta premisa de historias cruzadas pasadas y presentes, el director brasileño compone una pequeña película destinada a tocar los corazones más sensibles mediante una trama contada de forma no lineal. Cae en varios momentos en un exceso de ternura y pena que, a los que no les gusten las propuestas destinadas a hacer llorar, se les hará cuesta arriba. Sin embargo, durante toda la película se es consciente de que se trata de una película modesta, que no aspira a convertirse en historia del cine: es un bonito homenaje, rematado con un final muy digno (lo mejor de la película sin duda). En la obra se mezcla ese inglés tan marcado de los neozelandeses y el portugués, algo que tampoco supone una molestia para el oído y no desencaja en la película.

En definitiva, para los fans de películas melodramáticas que hacen soltar alguna que otra lagrimita y que trata temas muy delicados en la actualidad y que la obra va descubriendo conforme pasan los minutos. Simple, bien contada y sin ambiciones más allá de sus posibilidades.

 

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