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Roma

Caratula de "Roma"

Crítica

Público Recomendado: Adultos

Tras un anecdótico estreno en salas, llega a Netflix Roma de Alfonso Cuarón, la película que se hizo con el León de Oro del Festival de Venecia, y que representa a México en la carrera de los Oscars. El famoso director mejicano, popularmente conocido por títulos como Hijos de los hombres, La princesita, Harry Potter y el prisionero de Azkaban o la más reciente Gravity, abandona por un momento el cine comercial para centrarse en una obra más íntima, muy personal, tan personal que Cuarón ha asumido las labores de director, guionista, director de fotografía y montador. Roma es fundamentalmente una obra “biográfica”, una recuperación feliz y dolorosa de las experiencias de su infancia y que sobre todo supone un homenaje a las mujeres de su niñez, especialmente a Liboria Rodríguez, Libo, la “tata” indígena que trabajaba en casa de los Cuarón Orozco cuando él era pequeño. Su trasunto en esta película es Cleo, interpretada por Yalitza Aparicio, una actriz no profesional que en la vida real es maestra en Oaxaca. Más que un homenaje es un canto de amor a esta sencilla mujer a la que Cuarón sigue venerando a sus 57 años y después de treinta años viviendo fuera de México.

Cuarón ha dejado claro que no le ha interesado hacer una película política, pero ello no impide que el contexto social en el que ocurre la historia, a principios de los setenta, se cuele en la película, como los sucesos luctuosos de Corpus Christi, ocurridos el 10 de junio de 1971 en Ciudad de México y la aparición de grupos paramilitares. También es evidente la relación entre razas y clases sociales en una casa de clase media, donde todas las trabajadoras domésticas son mixtecas. Pero, fundamentalmente, la película, rodada en blanco y negro, es el retrato de una mujer buena, sencilla, temerosa, de firmes convicciones elementales. Una mujer que vive y se desvive para una familia que no es la suya, que acepta sin rechistar los desaires de la vida, y que sufre en sus carnes alguna de las tragedias más duras que puede vivir una mujer. Pero de su boca no sale una sola maldición, sino que sigue al pie del cañón pase lo que pase, dispuesta incluso a jugarse la vida por unos niños que no son los suyos, sino los de sus patrones. Pero en la película no hay una sola mueca de rebeldía, resentimiento o militancia de empoderamiento femenino. No es el objetivo de Cuarón. No quiere reprochar la docilidad y sumisión de esta mujer, sino agradecerle su amor y su entrega; es -en palabras de Cuarón- un regalo de cumpleaños.

Roma no es una película comercial al uso. No hay escenas de acción -o casi-, ni encontramos efectos especiales o un montaje picado. Es una cinta contemplativa, minuciosa, lenta, como el emerger de los recuerdos de la infancia. Apenas ocurren cosas “peliculeras”, sino que ocurre la vida, tal cual, llena de silencios, de cosas no dichas, de dolores no aireados. En realidad, en Roma suceden un montón de cosas, que no se ven con los ojos, pero sí con la inteligencia y el afecto cómplices del espectador.

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