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El caso Murer. El carnicero de Vilnius

Caratula de ""

Crítica

¡Qué peliculón, señores! Christian Frosch (Waidhofen an der Thaya, Austria, 1966) es un veterano director que cuenta en su haber con doce filmes y una sólida formación en fotografía.

Esto es lo primero que hay que destacar de un largometraje como “El caso Murer: el carnicero de Vilnius”: la técnica cinematográfica (la luz, el encuadre, los planos) es magistral. Hay momentos en los que no sólo podemos prescindir de la música sino incluso del sonido. La imagen en movimiento lo dice todo. Bienvenidos al cine. Sin embargo, siendo la técnica lo primero que nos impresiona, no es lo que cala más hondo. Antes bien, resulta superada por la profundidad del drama que Frosch trae a la pantalla.

En 1963 se celebró en Graz (Estiria, Austria) el juicio contra Franz Murer (Karl Fischer), prohombre local, acaudalado político, próspero agricultor, y oficial destacado en el gueto de Vilna (que es como se dice en español) durante la II Guerra Mundial. Se lo acusa de crímenes de lesa humanidad incluido el asesinato de civiles desarmados. El proceso a Adolph Eichmann ha sido hace poco -en 1961- y el nazi alemán ha mencionado a este austriaco que ahora debe enfrentarse a aquellos judíos que lo vieron cometer los crímenes. El fiscal Schuhmann (Roland Jaeger) va desgranando los cargos y formulando preguntas a los supervivientes que han de recordar el infierno sufrido: el hambre, los asesinatos, el miedo. Cuenta para su defensa con Böck (Alexander E. Fennon) un abogado técnicamente competente, audaz y agudo que va interrogando a los testigos en busca de contradicciones: el color del uniforme, las fechas de los hechos, las responsabilidades de los distintos oficiales en Vilna.

El drama gravita buena parte del tiempo sobre esos judíos que han atravesado el horror y ahora deben regresar para contarlo. Escuchamos sus acentos -el polaco, el yiddish, el lituano- y presenciamos cómo cambian del idioma de su nueva vida -el hebreo, el inglés- a la lengua de los recuerdos más espantosos. Algunos rompen a llorar. Otros gritan. La dirección de actores es brillante. Vemos esos rostros de desconcierto frente a preguntas de la defensa que resultan casi impías: de qué color era el uniforme, por qué no mencionó a Murer en su libro… Un juicio puede resultar terrible para quien debe hacer memoria.

Al juicio asiste también la familia de Murer, la alta burguesía patriota perturbada por esta acusación que consideran infundada. El acusado estuvo en Vilna, pero se ocupaba de los suministros. Es inocente y sólo los izquierdistas y ese Wiesenthal (Karl Markovics), el cazador de nazis, están detrás de un juicio contra un ciudadano honrado.

Vean a esta periodista estadounidense – ¿cómo no recordar a Hannah Arendt en el juicio de Eichmann? – y a los reporteros que cubren las vistas. Vean al mencionado Wiesenthal en búsqueda de justicia y a los nazis que siguen apoyándose como viejos camaradas. Asómense al horror del antisemitismo, el Holocausto y los años de la posguerra en que tantas cosas quedaron impunes.

Esta película abre tantos debates que el corto espacio de una crítica no permite enumerarlos todos: la memoria, la responsabilidad, los límites del Derecho, las garantías del proceso, la impunidad y el castigo, la venganza y la justicia… No se la pierdan.

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