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Mug

Caratula de "Mug"

Crítica

Jacek (Mateusz Kosciukiewicz) es un joven obrero que trabaja en un pueblo del Este de Polonia, como albañil de una estatua de Cristo de más de 30 metros.

Es el típico melenudo de chaqueta vaquera que escucha a Metallica. Tiene una novia, Dagmara (Małgorzata Gorol), a la que pide matrimonio. Vive feliz con sus padres y la familia de su hermana. Pero un terrible accidente laboral cambiará su vida para siempre.

En el año 2013 se realizó el primer trasplante de cara en Polonia a un joven accidentado en una cantera. Por otra parte, en 2010 se levantó por suscripción popular una estatua de Cristo Rey, la más alta del mundo, en Świebodzin. A partir de estos dos hecho inconexos, la directora y guionista polaca Malgoska Szumowska crea una ficción en la que plasma las mismas obsesiones que mostró en Amarás al prójimo (2013). Esto es, una profunda crítica ideológica a la religiosidad católica polaca, como algo incompatible con la modernidad. Ambas películas se ambientan en un entorno rural y popular, y en las dos el clero local sale muy mal parado. En Amarás al prójimo, el “monstruo” rechazado por la sociedad tradicional es un sacerdote homosexual; en Mug, es un joven que tiene un rostro desfigurado y al que rechazan y acusan incluso de estar diabólicamente poseído.

Curiosamente, a estas dos películas sobre la intolerancia les ocurre lo mismo: parten de una buena historia dramática, se ve claramente que la directora ha incluido excelentes ingredientes, y finalmente arruina la receta por dar más importancia al adoctrinamiento que a los personajes.  En Mug, Szumowska crea un personaje espléndido, lleno de ganas de vivir, de fuerza, de talante positivo a pesar de su desgracia,… pero no sabe llevarle a buen puerto, y desaprovecha una gran ocasión en aras del servicio a la ideología. Lo mismo ocurre con los personajes secundarios, llenos de hondura dramática, pero a los que no se quiere sacar partido. La película, que se inscribe dentro de la filmografía del “monstruo” (El espíritu de la colmena, El hombre elefante, El hombre sin rostro,…), solo emociona en las escenas o momentos en los que la humanidad se impone a la ideología, como en la relación de Jacek con su padre o con su hermana. La figura del párroco es realmente patética y caricaturesca, y el exorcismo es sencillamente grotesco e inverosímil. Un último apunte: el sorprendente comienzo  es una interesante metáfora de cómo Polonia ha pasado de ser un pueblo apegado a sus tradiciones religiosas, incluso bajo el comunismo, a una comunidad desaforadamente consumista y ha sustituido a Dios por el dinero.

Lo que podía haber sido una memorable película se ha quedado en un triste panfleto anticlerical.

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