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Aprendiendo a vivir

Caratula de "Aprendiendo a vivir"

Crítica

Público recomendado: Todos los públicos

“Aprendiendo a vivir” es la opera prima del director israelí Matán Yair (Jerusalén, 1977). Aborda el desgarro que sufre el joven adolescente Asher (Asher Lax), alumnos algo conflictivo, cuando debe escoger entre seguir en el negocio de construcción familiar o dedicar su vida a la literatura que conoce gracias al profesor de literatura. La relación con Milo (Yaacov Cohen), su padre, lo lleva a lo primero. La especial cercanía con Rami (Ami Smolartchik), su profesor, lo inclina a lo segundo.

Ya hemos visto esta película otras veces. Bueno, no exactamente ésta, pero una muy parecida. Conocemos, por ejemplo, al profesor Keating (Robin -Williams) de “El club de los poetas muertos” (1989). Ya hemos asistido al conflicto entre lo que uno debe hacer por obligación hacia su familia -hacer carrera, trabajar en la empresa; en suma, lo previsible- y lo que uno desea hacer: satisfacer su deseo, “realizarse”. Ya sabemos que en estas películas el profesor actúa como el motor de la rebelión frente a la autoridad -sea la paterna o la académica- y el adalid del propio deseo, que se legitima por sí mismo. Reflejo de una moral heterónoma, uno debe hacer lo que quiere contra toda imposición y al margen de cualquier responsabilidad hacia los demás.

Por supuesto, la película abunda en momentos líricos conmovedores. Rami da como tarea para casa preguntar a los padres “si el niño que hay en ellos sigue vivo o está muerto”. El maestro carismático, un poco rebelde, bohemio encarna al intelectual que se eleva por encima de toda tradición. Del mismo modo que Keating celebraba el poder primigenio de la poesía frente a la convención, Rami es un disidente de las ortodoxias.

El subgénero de profesores rebeldes da síntomas de estar agotado. Quizás la rebeldía sería, hoy, un docente que dijese a los alumnos que deben respetar la autoridad paterna y comprender las tradiciones antes de quebrantarlas. Lo verdaderamente rompedor sería enseñar literatura venerando a los clásicos en lugar de soslayarlos. Lo auténticamente revolucionario sería educar en la responsabilidad y la razón y no sólo en el sentimentalismo y el deseo.

En este sentido, “aprendiendo a vivir” es bonita, pero repetitiva. En sus 94 minutos, no hay muchas cosas que nos sorprendan. Hasta las charlas “profundas” son previsibles en su pretendido minimalismo íntimo. Incluso lo más conmovedor nos resulta ya conocido. Como el hilo musical, acompaña pero sólo eso.

Ya hemos visto a este modelo de persona que sufre por no poder satisfacer sus deseos. Ya conocemos su dilema. Ya nos olemos cómo puede presentarse el conflicto. Nos quedamos igual cuando la luz se enciende.

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