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Asesinato en el Orient Express

Caratula de "Asesinato en el Orient Express"

Crítica:

Público recomendado: jóvenes y mayores

La metafísica está muy presente en la nueva versión de Asesinato en el Orient Express, dirigida e interpretada por el irlandés Kenneth Branagh, uno de los apasionados por llevar al cine las obras de Shakespeare, que en estas como en la que nos ocupa reflexiona sobre cuestiones que van más allá de la física.

Así aparecen pasiones como la venganza, la codicia, la ambición, la mentira… y un nutrido elenco que nos caracteriza a los humanos. De sus causas y de desvelar a quienes las cometen se encarga Hércule Poirot, detective belga creado por la escritora británica Agatha Cristhie, la reina del misterio y la tercera persona que ha vendido más libros de todos los tiempos por detrás de su compatriota autor de Romeo y Julieta y de La Biblia.

El Orient Express, el tren que unía desde 1899 París y Estambul en varios días, es el escenario de esta historia. Es en Jerusalén donde nos encontramos primeramente con Poirot y su resolución del robo de una joya sagrada en la que están implicados dirigentes de las tres religiones de la Ciudad Santa. Tras resolverlo, le requieren para resolver otro caso en Europa, por lo que se subirá al Orient Express. En la primera noche, uno de los pasajeros aparece muerto. Poirot deberá encontrar al asesino.

Como rigen los cánones de mantener velado el final de las películas en la crítica cinematográfica, mantendremos el rigor para quienes no vieron la primera versión de Sidney Lumet y no leyeron la novela con el mismo título de la escritora británica. Solo apuntaremos que el final de Branagh, tiene más músculo trascedente que el propuesto por Lumet allá por 1974, y, eso sí, este ostenta algo más de glamour por el elenco de actores que la interpretaban, entre ellos Lauren Bacall, Ingrid Bergman, Sean Connery, Jacqueline Bisset, Anthony Perkins, Vanessa Redgrave y Martin Balsam. Sin olvidar al excéntrico y carismático Poirot de Albert Finney.

El guion de Michael Green en la propuesta actual rezuma el estilo teatral, cuyo protagonismo está justificado, ya que los hechos se producen en el interior del tren intercontinental inmóvil después de sufrir un accidente que daña su locomotora y bloquea su marcha. Los exteriores son los increíbles parajes montañosos y el puente de estructura metálica en el que descansa el convoy, metáfora —que al que escribe— le sugiere la aparente solidez del conocimiento humano (el ferrocarril) que descansa en la fragilidad e inconsistencia de nuestro proceder (el puente).

Lo enfatiza Hércule Poirot cuando afirma que “existe el bien y existe y, en medio, no hay nada”. Pero el perspicaz investigador, experimentará que más allá de lo justo e injusto hay una delgada línea que cruza a cada individuo en su fuero interno y de la cual no siempre uno puede sustraerse, como atestigua nuestro quehacer errático o, como espetaba ya el converso san Pablo: “Pues no hago el bien que deseo, sino que el mal que no quiero”. Está también será una de las lecciones que acabará cursando el detective belga.

Con un espectacular plano-secuencia en los primeros momentos del filme, una hipnótica fotografía que se desdobla y que desvela la dualidad en la que viven los protagonistas de la historia, Branagh “toca” espléndidamente la melodía de esta reposición de la novela policiaca, junto a un reparto interestelar del que forman parte Johnny Depp, Willem Dafoe,  Judi Dench,  Michelle Pfeiffer, nuestra Penélope Cruz (en un papel esquemático de misionera), Daisy Ridley, Josh Gad, Derek Jacobi,  Leslie Odom Jr., Lucy Boynton,  Sergei Polunin,  Tom Bateman, entre otros.

Asesinato en el Orient Express es bastante más que una película policiaca en la que hay que descubrir al asesino. Poirot, arquetipo de inteligencia descomunal, de ser que persigue restaurar la justicia cuando se transgrede y el orden social en el que se siente seguro, descubrirá que por encima de todos esos aspectos positivos de la convivencia, hay una misericordia que nos acoge a todos y de la que todos somos deudores; la que nos procura el Dios que ve y ha concedido el libérrimo corazón humano.

 

 

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