Crítica

Entretenida comedia francesa y con moraleja. Diez amigos se reúnen cada verano para disfrutar de una rica cena y un buen vino y ponerse al día de sus trabajos, aficiones y amistades. Pero por mucho que intenten ocultarlo, también cambian sus afectos y parejas.

Total, que acaba siendo una comedia de enredos sentimentales con una gran perjudicada: la verdad.

Más que Cena de amigos podría ser otra versión de La cena de los idiotas, donde reina el mundo de las apariencias y los intereses escondidos. Nadie sabe en realidad lo que piensa el otro, ni lo que quiere, incluida la propia pareja. Fingen que están contentos con la cena, con sus vidas, con sus parejas. En realidad, en cuanto miran de frente sus frustraciones profesionales y sobre todo afectivas se quitan la careta se enfrentan a ellos mismos. ¡Quién diría que vivimos en la burguesía del siglo XIX, encorsetada en sus costumbres y apariencias!

Comienzan las infidelidades, donde todo el mundo está enterado excepto la propia víctima. La verdad sale perjudicada incluso en la profesión de los personajes, donde se justifica que el oncólogo mienta a sus pacientes sobre la gravedad de su enfermedad, cuando van a morir, y por supuesto también se justifican las mentiras de los abogados penalistas, pero este ya es otro cantar.

Tampoco faltan los recelos contra los padres. La hermana de la anfitriona no se habla con su padre, está realmente enfadada con él, precisamente por haber abandonado a su madre. Entrañable la escena del novio sesentón con el padre de su novia, de la misma edad. Bien traída la imagen de la bailarina española Blanca Li, un poco exagerada y tópica con lo del flamenco pero muy humanizada al final.

Y la moraleja: nada mejor que sincerarse con uno mismo y con demás, quitarse las máscaras y afrontar la realidad, aunque no siempre salgamos ganando. Así la escritora es capaz de salir de su bloqueo y publicar su mejor novela.