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Cisne Negro

Caratula de "Cisne negro"

Crítica

En un momento de arrebato, es papel de fumar la distancia que separa el Bien y el Mal, pero hacer todo el recorrido es degustar la adyección extrema y requiere, en buena medida, hacerse violencia salvaje para desmontar la conciencia.

El Mal es, así, mucho más potente y destructivo que la pura transgresión de tabúes, por lo que la apuesta de Darren Aronofsky y los guionistas de “Cisne Negro” desvelan sólo unos pocos centímetros de la punta del iceberg con su exhibicionismo sexual para consumo del gran público, en esta cinta nominada para los próximos Oscar en el apartado de “Mejor película”.

En el delicado y estético mundo de una compañía de ballet, donde trascurre la historia sobre una nueva versión de “El lago de los cisnes”, no encajaría –parece que han pensado los responsables del filme- mostrar el trayecto de destrucción pertinaz que supondría para Nina (Natalie Portman) bajar a los infiernos para interpretar el cisne negro tras hacerlo con el blanco en el mismo montaje escénico, para lo cual requiere de la trasformación convincente ideada por el coreógrafo Thomas Leroy (Vincent Cassel) en un intento por revitalizar este clásico de la danza, recurso para sacar del marasmo a la compañía que dirige. No obstante, ésta hubiera sido la solución más original y sincera para la nueva película de Aronofsky tras haber obtenido el Oscar con “El luchador” y haber dirigido anteriormente  “Requien por un sueño, La fuente de la vida.”.

La tan bella como apocada bailarina Nina, de exquisita técnica sin alma, es el conejillo de Indias elegido por Mark Heyman, Andres Heinz y John McLaughlin, guionistas de “Cisne Negro”, para desarrollar una trama en la que ésta debe meterse en la maléfica piel del cisne negro para lo cual deberá romper su imagen y trasgredir sus miedos. Pero todo se queda, casi exclusivamente, en permitirse placeres íntimos y experimentar otros homosexuales que comparte en la gran pantalla con los espectadores, y romper con la dictadura de una madre posesiva, pretenciosa y amargada que le pasa factura por haber tenido que abandonar el ballet para alumbrarla a ella.

El envoltorio de “Cisne negro” es magnífico y refulgente, pues está contado con bellas y sugerentes imágenes de contraplanos en espejos, de otros planos detalle de vestidos, coronas, plumas y zapatillas de danza (el primor con que Nina va cosiendo las suyas). Prima el montaje en las magníficas secuencias de los ensayos y deslumbra un plano-secuencia final con el “cambio” de plumaje de Nina. Es convincente también la actuación de los protagonistas, sobre todo la proteica de Natalie Portman para interiorizar el papel del ave demoníaca, que no por ser leve –como venimos diciendo- es menos meritoria y merece reconocimiento para la actriz norteamericana. Vincent Cassel aparece también “macizo” en su papel de director hostigador de la desinhibición de Nina (eso sí, nos quedamos sin saber sus móviles para promocionarla en la compañía), quien luchará con sus contrincantes femeninas para que no la arrebaten el papel de diva.

Todo el preciosismo apuntado y mucho más que descubrimos en “Cisne negro” no puede hacernos perder de vista que la metamorfosis a la que se somete voluntariamente Nina, que raya en la locura, es superficialmente más neurótica que profunda en los resultados para zambullirse en el Mal, puesto que éste hubiera necesitado de un recorrido más pormenorizado para observar su conversión psicológica hacia el lado oscuro que la que nos sirven Darren Aronofsky y el equipo de guionistas, y con la que, seguramente, se hubiera autoexcluido de una nueva posibilidad de obtener otra estatuilla en la celebración de los próximos Oscar 2011.

 

 

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