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Dogman

Caratula de "Dogman"

Crítica

Público recomendado: adulto.

Matteo Garrone es un tipo desgarrador. En su cine no hay belleza, ni intenciones onanistas en recrearse en su propio arte; tampoco artificio.

Garrone es la cara de B de Paolo Sorrentino: en ambos casos su cine es sucio, recorre los aspectos más degradados del ser humano y el infierno personal en el que viven a gusto. Pero Garrone no es pomposo, ni magnificente, ni trascendental como lo puede ser el cine de Sorrentino (sin desprestigiar su obra, ni mucho menos). También es un tipo extraño: su filmografía tiene ejemplos marcianos de cine alejado a su estilo como Reality y El cuento de los cuentos. Mezcla con éxito el sabor del mundo de De Sica con la barbarie y la sequedad de Sam Peckinpah; nada de materiales didácticos ni enseñanzas morales, en sus cintas los hechos son los hechos, el encargado de juzgar es el propio espectador, obligando a empatizar con personajes que en verdad no querríamos ver ni en pintura. Pero es inevitable: sus personajes son infelices sin salida, perdidos y sin opciones. Humaniza lo terrible y aterra con lo humano hasta que nos revuelva las entrañas. Dogman es eso y mucho más: es terrorífica hasta el punto de hacernos sentir impotentes, porque no quieres verte en la mente de un protagonista con sentimientos dicotómicos. Sientes pena, rabia, te alegras cuando se alegra, pero te cabreas cuando actúa. Una manipulación deliciosa y perversa.

La historia, inspirada en hechos reales, nos presenta al dueño de una peluquería canina en la Italia de los años 80. Un señor respetado en el barrio, con amigos, constantemente instigado por un macarra. Su hervidero de emociones desembocará en una situación con resultados fatales. Subrayamos ese dato inicial: es un hecho real. Garrone expone, cual cronista de sucesos, los acontecimientos que acabaron por crear uno de los crímenes más atroces y que conmocionó a la opinión pública italiana en los años 80 y todo de la mano de un personaje simple, manipulable pero con corazón y buenas intenciones. Y a pesar de todo deseas que ese personaje no te caiga bien, no quieres empatizar con una mente, en el fondo, enfermiza pero como se dijo Garrone no nos da opciones y nos hacen plantear en nuestra cabeza “y tú, ¿qué habrías hecho?”. No hay lecciones morales, ni aspavientos de superioridad: es seco, contundente, no tiene clemencia; es cruda, dolorosa y directa al estómago. La atmosfera que se crea alrededor de la pequeña plazuela donde tienen lugar los acontecimientos no tiene ornamentos, ni grandes panorámicas de la bellísima Italia: todo es sucio, corroído por la decadencia y la corrupción. Y en ese contexto, este simple peluquero canino, débil, endeble, que solo quiere agradar a todos, debe abrirse camino entre un podrido mundo lleno de violencia y barbarie. Como si de un cirujano al estilo Peckinpah o Haneke se tratara, toda la historia lleva a una conclusión, un destino inevitable: Garrone y la fuerza del sino.

Los actores están esplendidos, creíbles, veraces hasta la médula. Marcello Fonte, actor de semblante caricaturesco, expresión burlona y aura amable nos regala una de las actuaciones del año. Como contrapeso, Edoardo Pesce brinda una interpretación de abusón odioso, despreciable hasta la náusea.

En definitiva: una película cruda, seca, contundente; un pequeño retrato de un David contra Goliat directo. La Italia idealizada aquí no existe: todo es feo, sucio, con olor a perro mojado y caras partidas. Mateo Garrone ha vuelto a crear una película doliente, magnética, atrapante y con una atmosfera enfermiza brillante. Aviso: si Gomorra les pareció dura, Dogman la supera con creces.

 

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