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El hijo del acordeonista

Caratula de ""

Crítica

Público adecuado: Jóvenes y adultos

Más allá de las ideologías en las que luego cristalizan, son las pulsiones del corazón (amor, odio, rencor, afecto, encuentros, desencuentros, traiciones, mentiras…) y todo el recorrido interior que vivimos personalmente el que nos dirige a posturas o acciones impensadas fríamente. A ese “mar” de la psicología humana, se zambulle el director donostiarra de cine Fernando Bernués, realizador de series de televisión, para plasmar en imágenes la novela del escritor vasco José Irazu Garmendia, más conocido por Bernardo Atxaga (Obabakoak, Bi anai, Etiopía…), El hijo del acordeonista, tras el guion para el cine de Patxo Tellería.

Tras años de separación, el escritor Joseba Altuna (Iñaki Rikarte: Ane, Lasa y Zabala, Vitoria 3 de marzo…) vuelve al País Vasco para ver a su amigo enfermo David (Aitor Beltrán: Ignacio de Loyola, Haïku, Istmo…), que padece una dolencia cardiopática grave. Pero su objetivo principal es mayormente aclarar hechos pasados que hicieron que sus vidas siguieran distintos caminos.

Con un planteamiento que nos conduce en flashback (escenas retrospectivas) al pasado y nos traen posteriormente al presente, asistimos al nacimiento de la amistad entre ambos desde sus primeros años en la escuela del pueblo. Ya de jóvenes, sus caminos empiezan a separarse, entre otras cuestiones porque Joseba empieza a flirtear con el separatismo vasco, mientras que David obedece a su padre Ángel (Joseba Apaolaza: La buena nueva, La gran carrera, Carretara y manta…), antiguo falangista y, actualmente, acordeonista del lugar, quien le insta a que no se junte con ellos. De él, ha heredado su gusto por tocar el mismo instrumento. Pero un oscuro secreto del pasado, en el que estuvo implicado su progenitor, interrumpirá la relación entre padre e hijo.

Bernués ha armado con mimo una narrativa visual en la que se suceden con tanta pasión como vigor sucesos en los que están implicados los amigos y las personas del lugar. Como telón de fondo, son los inicios de la violencia terrorista dentro y fuera del País Vasco, que van agrupando ideológicamente a las personas cuando tiempo atrás eran relaciones basadas en concordancias de gustos, aficiones, afectos, simpatías, vivencias en común… La abstracción de la ideología se imponía para romper antiguas relaciones, considerando a los otros como enemigos. Es sintomático como lo expresan tanto David como Joseba, cuando reconocen las causas que les llevaron a tomar el camino de las armas.

Verbalizar las razones (nimias e irracionales, muchas veces) para asumir determinados postulados, es también uno de los grandes aciertos del filme, que lo conducen a huir de planteamientos maximalistas. Queda claro el daño tremendo del terrorismo en las vidas de los protagonistas y como afectó esto a su vida posterior. Es lo que intenta exponer Bernardo Atxaga en muchas de sus novelas y en El hijo de acordeonista lo vuelve a conseguir y a “suceder” en este filme Fernando Bernués y su equipo de rodaje.

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