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El último exorcismo

Caratula de "El último exorcismo"

Crítica

Desde que en 1973 se estrenara El exorcista de William Friedkin, abordar la cuestión de la posesión demoníaca ha estado marcada por los cánones de esta estupenda película. Desde entonces, no ha sido fácil abordar la cuestión sin que la sombra del film de Friedkin se dejara sentir.

Ha habido, eso sí, encomiables intentos de marcar las distancias y de demostrar que las posesiones diabólicas no empiezan y terminan en El exorcista. Ese es el caso de, por ejemplo El exorcismo de Micaela (Hans-Christian Schmid. 2007) o de la película que nos ocupa, El último exorcismo (Daniel Stamn, 2010). Porque digámoslo cuanto antes, El último exorcismo no es ninguna obra maestra pero es un largometraje muy estimulante entre otras razones porque aborda la cuestión demoníaca desde una óptica completamente distinta a como lo hacía el film de Friedkin tanto, que podríamos decir que la película de Stamn es el largometraje de posesiones diabólicas que más se distancia de la aclamada El exorcista.

El último exorcismo nos cuenta la historia del reverendo evangelista Cotton Marcus (Patrick Fabian), un hombre que hace tiempo que perdió la fe, pero no por una cuestión existencial o más o menos reflexiva, sino probablemente llevado por los escépticos tiempos que nos invaden de pragmatismo y de un preocupante sentido práctico. Marcus no cree ni en Dios ni en Satanás, pero ha aprendido a servirse de ellos a partir de la fe de otros. Sus misas son espectáculos más propios de la televisión que de una liturgia religiosa y sus exorcismos un ejercicio de ilusionismo propio de una barraca de feria. Pero un día, Cotton Marcus será requerido por una humilde familia del sur de Estados Unidos para que acuda a curar a su hija que según parece, está poseída. Marcus llega a la casa en cuestión situada en Louisiana con su farándula habitual (cruces trucadas que expulsan humo, dispositivos que generan ruidos de ultratumba, etc…) pero lo que se encuentra resultar ser algo distinto a lo que esperaba.

Lo interesante de entrada, de una película como El último exorcismo, es el tratamiento que sus responsables hace de la fe. Mientras la joven poseída habita en un seno extremadamente conservador en mitad de los frondosos bosques del estado de Lousiana, el reverendo Marcus Cotton es un hombre cultivado, consciente de lo que hace y por qué lo hace, práctico y decidido que no pierde el tiempo en vanas supersticiones salvo que pueda sacar algo de ellas. Los dos extremos, la fe de ribetes casi folklóricos impregnada de superstición y la simple carencia de ésta en beneficio de un fe impostada y fabricada a la medida de quienes están dispuestos a pagar por ella. El choque de ambas será cuestión de tiempo claro y la resolución resultará, cuando menos, inesperada.

En última instancia El último exorcismo se revela como una película contraria a los fundamentalismo religiosos capaces incluso, de alimentar una posesión diabólica. Al final, El último exorcismo recuerda a La semilla del diablo en tanto un embarazo sembrará las dudas de los personajes que creerán, es fruto de un abuso sexual. En cualquier caso lo cierto es que la sensación final que deja El último exorcismo es, comparta uno sus tesis o no, la de una invitación a la reflexión sobre lo que ha visto, lo que no es poco. La película de Daniel Stanm es un film sobre la fe y sus recovecos, sobre la fe falseada y sobre la fe ciega, aunque esta última sea de ribetes demoníacos.

Pero además, El último exorcismo tiene un aliciente más y es cómo está rodada. Siguiendo la estética de la cámara al hombro a modo de falso documental, el film de Stanm supone no obstante algo diferente a películas como El proyecto de la bruja de Blair o Paranormal Activity pues si en estos dos últimos casos la imagen granulada proponía una aproximación más realista al terror, en el caso de El último exorcismo la decisión de rodar la película como si de un documental se tratase no es tanto un elemento dramático como narrativo. Es decir, su objetivo no parece tanto imprimir un hipotético realismo en el relato, que también, sino el de utilizar el mecanismo visual descrito como un elemento narrativo que contribuya a contar la historia. Así, en El último exorcismo vemos un falso documental, podríamos decir, terminado, es decir, montado y con banda sonora –del interesante Nathan Barr- de modo que su propósito último no residirá tanto en crear una atmósfera de irrespirable realidad sino el de aprovechar las peculiaridades del citado método de rodaje como un elemento constitutivo de la narración.

 

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