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La mitad de Óscar

Caratula de ""

Crítica

Óscar es un joven guardia de seguridad de una remota salina en la Costa de Almería. Un lugar completamente alejado de la gente. Sólo está el viento, el mar, la sal; soledad geográfica,  lugar de tránsito.

Óscar sustituye a Miguel, el antiguo guardia ahora ya jubilado, con el que ha creado un cierto vínculo. Miguel es un hombre sencillo, llano, noble y simpático. Un hombre acostumbrado al barro de la vida. Charlan cada día mientras comen. Pero Óscar parece afrontar la vida como si viviese en coma. Su abuelo tiene Alzheimer y está en su fase terminal. De repente le avisan de que está empeorando. Y sucede lo inesperado. Su hermana, con la que no hablaba desde hace años, le deja un mensaje en su contestador diciendo que va a Almería. Que quiere ver a su abuelo. Que no hace falta que vaya a recogerla. Y que le manda un beso. A raíz de este momento se desarrollaran una serie de circunstancias que despertaran heridas del pasado, de esas que si no se curan, la vida se convierte en un gris perpetuo y tedioso, que no acaba. Óscar esconde un gran secreto, que el reencuentro con su hermana hará aflorar, haciéndole salir de su aparente estado en coma.

Estamos ante una obra con sello propio, con carácter visual y personalidad narrativa. El director, Manuel Martin Cuenca, da un paso más en una carrera “estética” que vamos a denominar “camino hacia horizontes verdaderos”. En el fondo tanto el protagonista de La Flaqueza del bolchevique (2003), Pablo, como Óscar, están hastiados de la vida diaria tal cual se les presenta. No ven más que aburrimiento en donde podría haber belleza. En este tipo de personajes siempre habita, si somos fieles a la naturaleza humana, un desazón que debe ser atendido. Un desazón que palpita como queriendo decir algo, gritar algo. Tanto Óscar, como Pablo de La flaqueza del bolchevique, han llegado a un punto de no retorno. O mi vida a partir de ahora es una tragedia permanente o me encuentro a alguien excepcional que cambie mi mirada. Un desazón, pues, que nos lleva a una frontera y por lo tanto a una pregunta.

Intuimos que es una pregunta porque Óscar aparece en más de una secuencia mirando “horizontes”. Bien sea el mismo mar, o un amanecer o un atardecer. Almería resulta ser más que apropiada para suministrar de localizaciones a una historia como ésta. Más allá de afinidades personales u oportunidades de financiación, la elección de Almería contribuye a ponerle la atmósfera adecuada a ese desazón. Le acompaña una fotografía muy notable y una “no música” que ayuda a desnudar aún más el alma de la historia. Al prescindir de banda sonora musical, se gana en nuevos personajes como el viento y el mar, que dramatizan a la vez que ralentizan el ritmo de la historia. Contada desde los ojos oscuros de Óscar, nos encontramos con un guión que no parece sacarle todo el jugo a las tramas que contiene. Más que un problema de guión o, de ser o no, apropiada para un largometraje, parece que adolece de falta de protagonismo en sus personajes, parece faltarles como una “agresividad” en positivo, que les llevase a incidir en lo que les sucede. Son como seres que deambulan viviendo sin estar presentes. Pero no son zombis. Porque, a veces, sin poder evitarlo, se quedan quietos, inmóviles ante la belleza de las dunas de arena fina, que terminan en una inmensa orilla marina o ante el sol que va y viene, con su inevitable ascenso o descenso de luz. Un desazón, pues, que parece  descansar tan sólo ante un horizonte bello.

Ante esta historia trágica de reencuentro de dos hermanos, existe, como diría un buen amigo y maestro, un punto de fuga. Es decir, un algo o alguien que te permite respirar. En medio de una tragedia que parece determinarlo todo, existe una mirada diversa. Me refiero a Miguel, el amigo de Óscar al que sustituye por jubilación. Un señor mayor y bonachón, que sabe de la vida por haberla vivido y no por haberla pensado o estudiado. Este personaje no lo interpreta un actor profesional sino un agricultor. Fue elegido tras un casting que se realizó a lo largo de la región almeriense. Y es al único al que Óscar le habla de su mundo interior, de sus miedos, como el miedo a volar. Lástima que no se le dedique más tiempo visual, lástima por no haber visto cómo Óscar, podría recuperar cierto gusto por la vida. Porque entre el “extranjero” y el oriundo de un lugar puede nacer la relación que les ayude a mirar la vida. Miguel para Óscar podría haber sido lo que, de algún modo, fue María para Pablo. Porque o te encuentras a alguien excepcional en tu vida, que te abre un horizonte de vida, o tu destino final es la tragedia. Por otra parte, el trabajo del resto de los actores está muy conseguido bien sea por el talento de éstos, bien por la conocida capacidad de dirigir actores (o mejor intérpretes) del, en este caso, director, coproductor y coescritor de esta película.

Esta obra trae, a pesar de lo dicho, un cierto aire nuevo al panorama del cine español. La mitad de Óscar es un claro ejemplo de cómo en época de crisis, llamémosle época de escasez, es posible contar una historia y hacer cine. La gente de Almería, el director es almeriense, siempre se ha destacado por crecerse ante la escasez. Hasta tal punto, que no es posible hacer un estudio  serio de la agricultura española de ayer, hoy o mañana, sin hacer referencia al desarrollo sucedido en esta región, durante la historia reciente de España. Pues bien, ojalá Manuel Martin Cuenca abra un camino nuevo en la industria del cine. Por ejemplo, buscando sinergias entre el género documental y de ficción. O incluyendo en unos ágiles (aunque escasos) diálogos, que el mejor tomate del mundo se produce en Almería, y es conocido como el tomate “raff”.

 

 

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