Generic selectors
Exact matches only
Search in title
Search in content
Post Type Selectors

Las grietas de Jara

Caratula de ""

Crítica

Público recomendado: adultos

A fuerza de violentarla, la conciencia va cruzando líneas rojas que suponen una carga cada vez más pesada para desandar el camino, pero la libertad, aunque maltrecha, siempre está ahí. En Las grietas de Jara, última película del realizador argentino Nicolás Gil Lavedra (Identidad perdida, Fragmentos…) asistimos a un ejercicio sobre como las protagonistas se enfrentan con este dilema.

El arquitecto Pablo Simó (Cien años, de perdón, Verano maldito…) accede al portal del estudio donde trabaja y se encuentra con Leonor (Sara Sálamo: Eurofan, Reverso, Tres 60…), quien pregunta por el paradero de Nelson Jara (Óscar Martínez: El ciudadano ilustre, Inseparables, Paulina…). Simultáneamente aparecen Mario Borla (Santiago Segura: la saga Torrente, Tacones lejanos…) y Marta Hovart (Soledad Villamil: Vivir mata, Un muro de silencio, El secreto de sus ojos…), ambos socios del estudio de arquitectura. Estos y Pablo no tienen noticias de Jara —un cliente que tuvo un litigio con los arquitectos— y así se lo dicen a Leonor, quien se marcha del lugar.

Lavedra, también coguionista, inicia esta historia, basada en una novela de Claudia Piñeiro, para llevar a imágenes retrospectivas la relación de Pablo, a quien Borla encargó el trato con el desaparecido Jara.

Una banda sonora repetitiva e inquietante de piano mantiene y hace avanzar inteligentemente la intriga de cuáles eran las demandas de Nelson Jara (consistente nueva actuación de Óscar Martínez, tras la anterior de El ciudadano ilustre), con el que Pablo debía lidiar obligatoriamente (aumentaban las exigencias del perjudicado Jara por las grietas en su domicilio, producidas por fallos en la construcción del estudio de arquitectura), a pesar de que no era socio del negocio.

En una acertada fotografía de contrastes y claroscuros, asistimos a la presión y el acoso psicológico a que Pablo es sometido por el demandante, que tenían consecuencias en su propia casa con la relación con su mujer (las consideraciones que hacen ambos sobre el matrimonio son pesimistas), pero que afectaba en menor medida a la relación son su hija adolescente.

Así, las grietas físicas de Jara dibujan la metáfora del camino personal desestabilizador que iba recorriendo el joven arquitecto, motivado por un grave hecho luctuoso en el que se ve involucrado, para cuya vía de escape —más parece una encerrona de Lavedra— vuelve a traer a primer plano a la joven Leonor.

Con todo, alabar la inteligencia de guionistas y director para relanzar la intriga en todo momento, apoyada en un rotundo trabajo actoral, donde únicamente queda un tanto desdibujado Santiago Segura, que pierde credibilidad por sus intentos infructuosos con la parla argentina.

Este filme es una muestra interesante del sentido de culpa y de cómo opera en las decisiones de los individuos si nos dejamos llevar. Es la “banalidad del mal” que destapó Hannah Arendt en los juicios contra los nazis, que no ha querido verbalizar en sus personajes Lavedra, aunque queda explicitada en sus posturas.

Vayan a verla. No lo duden, porque tiene mucho que enseñar de lo humano.

 

Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento y para fines analíticos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Ver
Privacidad