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Yomeddine

Caratula de ""

Crítica

Público recomendado: Jóvenes

Desde Egipto nos llega esta pequeña película, que sin embargo esconde dentro una gran propuesta humana. Dirigida por el austro-egipcio Abu Bakr Shawky, nos cuenta la historia de Beshay (Rady Gamal), un leproso cristiano copto de casi cuarenta años, que de niño fue abandonado en una leprosería. Allí creció, se curó, y vive aún, pero su cuerpo quedó maltrecho para siempre por las cicatrices. Tiene muñones en vez de manos y la cara se le ha quedado simiesca y arrugada. Sobrevive buscando cosas medio aprovechables en los estercoleros, donde conoce a Obama (Ahmed Abdelhafiz), un niño huérfano musulmán con el que establece una buena relación de amistad. Un día Beshay decide hacer un largo viaje al sur para ver si encuentra a alguien de su familia. Quiere saber si son capaces de quererle. Obama decide acompañarle en esa aventura que van a afrontar montados en un carro viejo y con un burro que no está ya para esos trotes.

“Yomeddine” significa “el juicio final”, en alusión al momento en que el protagonista declara vivir esperando que llegue ese día en el todos, leprosos y no, sean iguales. El film es la opera prima de ficción de su director, formado en Nueva York, y que en realidad es como su trabajo de licenciatura, como la continuación de su documental The Colony sobre una leprosería egipcia. Rodada con actores no profesionales y analfabetos, procedentes de la leprosería real, estamos ante una especie de road movie de la pobreza, que no de la miseria, pues sorprende la gran dignidad de todos los “descartados” que desfilan por el film. Vemos en ellos alegría, solidaridad y un buen corazón. Incluso de la boca de Beshay nunca salen maldiciones ni reproches. El problema interreligioso entre los pobres no existe. Rezan a Dios y se confían a Él, pues no tienen otra cosa. Beshay, cristiano, no tiene problema en refugiarse en una mezquita y unirse en silencio a la oración de los musulmanes en una esquina.

La película nos muestra un Egipto duro, pobre, polvoriento, pero con personajes entrañables y misericordiosos, aunque también con gentes de corazón cerrado. En ese sentido el film hace un homenaje a El hombre elefante, de David Lynch, cuando en el tren todos empiezan a golpear a Beshay que comienza a gritar: “Soy un ser humano, soy un ser humano” en clara referencia a una escena del citado film.

Con premios menores en el Festival de Cannes y en el de Valladolid, esta cinta ha obtenido el mayor galardón en los premios que concede el Círculo de escritores cinematográficos de Egipto y ha representado a Egipto en la carrera de los Oscar. Su director ha recibido el Premio “Talento del año” que concede la revista Variety. Después del rodaje, Rady Gamal ha vuelto a vivir a su leprosería, donde gestiona una pequeña cafetería, pero su vida ha cambiado sustancialmente. Ahora la gente le reconoce, e incluso le para por la calle. Una película que conecta con el neorrealismo italiano por su fe en el ser humano, por muy pobre y desvalido que esté.

 

 

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