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Lejos de Praga

Caratula de ""

Crítica

Pública recomendado: Jóvenes y Adultos

El pequeño Eda (Alois Grec) lleva una vida algo complica en la Checoslovaquia ocupada por los nazis. Su padre (Jan Triska) escucha clandestinamente la radio de los aliados, sigue los mensajes que se envían a los comandos que operan en Europa y se niega a hacer el saludo nazi en la fábrica en que trabaja. El pequeño imagina combates imaginarios contra los ocupantes. Aventuras. Tiroteos. Su madre se ocupa de la casa y trata de que todo pase algo desapercibido. Una indiscreción de Eda descubre la vida secreta de su padre. Tienen que huir de Praga al pueblo natal de su padre, donde nada es lo que parece. Los secretos esconden secretos. Por no ser verdad, ni el nombre de Eda es exacto, porque es el diminutivo de Eduard. El espectador irá descubriendo poco a poco una trama cada vez más inquietante.

Esta comedia dramática -valga la aparente contradicción- comienza con toques de un humor algo grotesco (unos niños orinan a un grupo de soldados alemanes) y va ganando unos tonos cada vez más tenebrosos y algo siniestros. Con el trasfondo algo costumbrista de la belleza del campo checo, con sus abejas que producen miel, sus caballos y sus cobertizos, la vida de Eda esconde historias que es mejor no ver. Hay un pasado que se va desplegando ante nuestros ojos y que nos retrotrae el propio nacimiento de Checoslovaquia con la lucha de la Legión Checa contra los bolcheviques en Siberia. Como en la Séptima Sinfonía de Shostakovich, el mundo de los niños con sus melodías casi infantiles nos va llevando de la mano a la oscuridad del siglo XX.

La fotografía es bellísima y la dirección de actores -vean a ese padre delatado por su propio hijo- tiene momentos espléndidos. Hay frases del guion que encierran el sentido profundo de esta película que nos mantiene intranquilos durante casi dos horas (“a nuestra casa se va por el cementerio”). Hay palomas que se marchan y una madre que canta una canción popular para evocarlas. Hay una lucha heroica y cotidiana mientras se espera la derrota del Reich y una liberación que no llega.

La mirada de Eda nos recuerda a la de Guido Orefice (Roberto Begnini) en La vida es bella con la diferencia de que Eda va comprendiendo y Orefice sonríe para que su hijo no comprenda nada o casi nada. Aquí se pasa del juego a la vida mientras que en la magistral obra de Begnini se pasa de la vida al juego para poder sobrevivir hasta ganar subido a un carro de combate.

En este largometraje palpita el sufrimiento de Europa Central con sus conflictos, sus tragedias y su dignidad patriótica. Este padre pinta sus panales con los tres colores de su bandera, que encierran la miel. Los niños quieren ser héroes. La memoria es un refugio y una celda.

Es una película muy interesante.

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