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Beautiful boy, siempre serás mi hijo

Caratula de "Beautiful boy, siempre serás mi hijo"

Crítica

Público recomendado: Adultos

Producida por Brad Pitt e interpretada por Steve Carell (Como la vida misma) y el joven Timothée Chalamet (Call me by your name), nos llega una historia dura y difícil, donde un padre ve cómo su hijo cae de lleno en la adicción a las drogas. Con una segunda parte un punto más documental y unas grandes interpretaciones, la película consigue mostrarnos con detalle, casi diríamos con regodeo, el efecto de la dependencia de las drogas y el enorme riesgo que supone para los jóvenes de cualquier clase social.

La película es una crónica de adicción a la metanfetamina y el intento de salir de las drogas visto por un padre que observa cómo su hijo lucha contra la enfermedad de la drogodependencia. En este sentido se acerca narrativamente a la parábola del “hijo pródigo” del Nuevo Testamento; en especial a la de ese “padre” que espera la vuelta de un hijo que “ha perdido”. Interesante cómo el deseo del padre de recuperar al hijo, o según la película, el deseo de que el hijo “se desintoxique”, no puede ocurrir sin que el propio hijo no desea dicho cambio. O la libertad del sujeto se pone en juego o no hay posibilidad de una nueva vida. En el sentido bíblico de la parábola, es necesario que el hijo desee llenar su vientre de las algarrobas de los cerdos, para darse cuenta de la situación en la que está. En el caso de la película, es el padre quien también tendrá que aprender una lección muy difícil.

La presencia de lo religioso como “ayuda/complemento” en la recuperación de los drogodependientes, como ocurre en muchas instituciones religiosas católicas, se quita de en medio torpemente diciendo: “las chorradas de Dios no ayudan”. Por otro lado, resulta muy interesante cómo se apunta que es la falta de sentido de la vida, en especial en las relaciones cotidianas, lo que provoca en los adictos una sensación de vacío (existencial) que, como dice el protagonista de la película “es como un agujero negro que me absorbe por dentro y que tengo que aprender a rellenarlo de algo distinto”.

Sin duda, el cine puede ayudar a entender mejor las adicciones. La española Historias del Kronen (1995), Thirteen (2003) o la mexicana Esto no es Berlín (2018) nos muestra cómo la necesidad de riesgo y la rebeldía de los jóvenes los llevan a las drogas con consecuencias fatales; y películas como Cuando un hombre ama a una mujer (1994) nos muestran el daño que puede hacer el alcoholismo en una familia. Desde Días sin huella (1945) de Billy Wilder donde vieron los primeros conflictos de un personaje con el alcohol, a Días extraños (1995) en donde lo virtual funciona como droga, se repite siempre un mismo asunto: huir de la realidad. Según cuentan los mismos adictos, la realidad más cotidiana les parece una jaula de la que hay que escapar, porque no tiene ningún sentido ni significado para ellos.

En definitiva, una película quizás necesaria para concienciar sobre el consumo de drogas pero que afectan a la trama y desarrollo de los personajes, en donde las interpretaciones terminan superando al guion. Un retrato de la impotencia solo apta para estómagos curtidos dispuestos a medirse entre la relación límite entre un padre y su hijo.

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