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El Gordo y el Flaco

Caratula de "El Gordo y el Flaco"

Crítica

Público recomendado: Jóvenes y adultos

Stan Laurel y Oliver Hardy formaron el dúo cómico más popular del cine mudo, conocido en nuestras tierras como “el gordo y el flaco”. Nunca consiguieron el éxito universal de Chaplin o el prestigio de culto de Buster Keaton, pero sin duda son grandes iconos de la historia del cine que merecen este homenaje en forma de película.

El gordo y el flaco narra la gira teatral por el Reino Unido que hicieron Stan Laurel y Oliver Hardy cuando su carrera cinematográfica estaba de capa caída. Deberán lidiar con un promotor que no cree en ellos, la tirante relación entre sus respectivas esposas, y sobre todo, la sombra de un conflicto del pasado entre ambos cómicos.

En este tipo de biopics siempre se corre el riesgo de que se establezca un aroma a telefilm. Bien es cierto que, como ocurre muchas veces en esa disciplina, la película no termina de profundizar en los temas que presenta, pero la calidad de las interpretaciones, un diseño de producción más que decente, y una puesta en escena con algunos momentos brillantes logran que se esquive esa maldición.

La película se abre con Laurel y Hardy en lo más alto de su carrera cinematográfica. Es una secuencia rodada brillantemente en un solo plano, con el que se consigue que el espectador se sumerja en la bulliciosa actividad de un estudio de cine del Hollywood clásico, y queda planteado ya el conflicto laboral que planeará en la historia entre los dos protagonistas.

El resto de la película transcurre durante la penosa gira teatral que tienen que realizar años después, y es por ello que la planificación visual pasa a ser mucho menos elaborada, pero al mismo tiempo adecuada a lo que se cuenta. La fuerza de la película reside sobre todo en las portentosas interpretaciones de John C. Reilly y Steve Coogan, no sólo imitando los característicos recursos gestuales de Laurel y Hardy en escena, sino también en momentos que reflejan su privacidad. A eso hay que añadir el sorprendente trabajo de caracterización para convertir a Reilly en Oliver Hardy también físicamente, de tal modo que el espectador llega a olvidarse de que el actor lleva esas capas de maquillaje.

No tan acertado, sin embargo, es el retrato de las esposas de los cómicos, que roza lo paródico (sobre todo en el caso de Nina Arianda, que interpreta a Ida Laurel). Lo mismo ocurre con Rufus Jones, cuyo retrato del mezquino promotor británico cae en ocasiones en la sátira de brocha gorda.

También se puede achacar al director Jon S. Baird que no ha sabido dar un tono unitario a la película, que bascula entre el drama realista y momentos donde pareciera que se quiere aplicar el tono de comedia burlesca que caracterizaba al cine de Laurel y Hardy.

En cualquier caso, la película se ve con agrado, y la disfrutarán sin reservas los amantes de la época dorada de la comedia muda, y en especial los seguidores de la entrañable pareja formada por Stan Laurel y Oliver Hardy.

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