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Juliet, desnuda

Caratula de ""

Crítica

Público Recomendado: Adultos 

“Juliet, Naked” es una novela de Nick Hornsby publicada en 2009. Como ya sucediera con otras novelas suyas, como “A Long way down”, “About a boy” o “High Fidelity” ha sido llevada al cine.

Sus novelas, y “Juliet, Naked” especialmente, encierran mucho potencial. Apenas tienen complicación en cuanto a la acción, ni en cuanto a los escenarios, la música es importantísima, porque, al menos en los casos de Juliet y Alta Fidelidad son la causa del desequilibro de uno de los personajes, y tienen mucho sentido del humor.

En Alta Fidelidad (Stephen Frears, 2000), el protagonista (John Cusack) era un fanático de la música, con una colección de vinilos más propia de un museo. Duncan, en “Juliet, desnuda”, es un tarado que adora a un músico oscuro, Duck Crowe (Ethan Hawke) que publicó “Juliet”, un disco que nadie oyó y a nadie interesó, salvo a Duncan y otros doscientos pirados como él alrededor del mundo. Duncan colecciona cada objeto que tenga que ver con Duck Crowe y trata de desentrañar cada frase de sus canciones con las que se sigue emocionando. Espera que, en algún momento, la humanidad se dé cuenta de que Duck Crowe era un genio infravalorado. La cruz de esta cara es su novia Annie (Rose Byrne), con la que lleva viviendo quince años bajo el mismo techo, pero de la que le separa un abismo, creado por el frikismo de Duncan. Han tomado -por iniciativa de Duncan, ante la aquiescencia resignada de Rose- la decisión de no traer hijos a este miserable mundo.

De repente aparece una distinta versión del disco “Juliet”, bautizada como “Juliet Naked”. “Juliet Naked” toma título del célebre CD de los Beatles, publicado en 2003: “Let it be, Naked”, que contiene versiones remasterizadas, desprovistas de ciertos arreglos, para mostrar cómo eran las canciones en su idea original, antes de ser arregladas en estudio. La grandilocuencia de la comparación ya advierte mucho sobre lo que Duncan vive. Estos discos “Naked”, aunque pueda variar la etiqueta con que se los llame, son editados muchos años después para entusiastas, fans, coleccionistas, frikis y también para los tarados, claro.

Jesse Peretz, el director, con mucho trabajo previo en series y especialmente comedia, recibió la propuesta de grabar Juliet a través de sus guionistas, que llevaban dos años trabajando en la adaptación de la novela al cine; tanto el guion como la novela capturaron a Peretz, que vio el potencial de la película. Los temas preferidos de Nick Hornsby estaban claros y le llamaban: la complejidad de las relaciones, no solo de pareja, sino de paternidad; pero también la posibilidad de enmendar una vida errática, llena de errores y de miedos frente a la propia responsabilidad. Una visión superficial de la película se quedaría con los tópicos de “tengo derecho a rehacer mi propia vida”, pero una lectura más profunda revela que hay muchas más cosas en juego. Los protagonistas no están viviendo un mero “quiero rehacer mi vida” en el sentido egoísta de hacer lo que me dé la gana abandonando las obligaciones y los compromisos. Todo lo contrario, el sentimiento y la pasión van justo en la dirección contraria: necesito rehacer mi vida para ocuparme de alguien, para cuidar a alguien, y esta vez de verdad. Una de las figuras más centrales de la película será Jackson, el hijo de seis años de Duck Crowe, su último asidero, su tabla de salvación, quien le permitirá decir que no toda mi vida ha sido tirada al estercolero. Los hijos, con toda la complejidad que aparece en la película, son un buen tema para una sociedad que necesita descubrir su valor, y que está empezando a apreciarlo no por sí mismos, sino por una de sus consecuencias, la insostenibilidad del estado del bienestar. Lo cual es ver las cosas al revés. Duck Crowe no se salva porque su hijo lo vaya a mantener. Se salva porque es él quien mantiene a su hijo.

 

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