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Profesor en Groenlandia

Caratula de "Profesor en Groenlandia"

Crítica 

Anders Hvidegaard, en contra de la opinión de su padre, decidió hacer la carrera de Magisterio. Ahora acaba de licenciarse, pero la tradición familiar espera que no ejerza la profesión que ha estudiado y asuma la responsabilidad de regentar la granja de sus padres, en un rincón de Dinamarca. Sin embargo, el joven tiene otras ambiciones: desea emanciparse del estrecho círculo familiar y sueña con vivir alguna aventura en relación con su vocación de maestro. Así pues, recién obtenido su título, decide aceptar el puesto de profesor en Tinitequilaaq, una aldea de 80 habitantes, de etnia inuit, al este de Groenlandia, en una de las regiones más aisladas del mundo, a la que solo se puede acceder con barcos de suministro seis meses al año ya que está situada entre el mar de hielo polar y el casquete polar Ártico. Su padre intenta disuadirlo presentándole a los groenlandeses como un pueblo de borrachos, y la misma inspectora de la Educación nacional danesa le advierte de la crudeza de un clima tan riguroso como el de esa zona. Pero él está resuelto, desoye consejos y quejas, deja su Dinamarca natal y se dirige hacia la isla, situada al nordeste de América del Norte.

Ciertamente las condiciones de vida en Tinit -como se suele llamar a Tinitequilaaq- son muy duras: no hay agua corriente en las casas, para las necesidades más elementales deben ir a buscarla con bidones al depósito y solo es posible ducharse en un centro común. Para Anders la adaptación a Tinit resulta ser mucho más difícil de lo que había podido imaginarse. Se siente extraño y aislado entre sus habitantes, pues se trata de una comunidad muy cerrada, muy aferrada a sus costumbres, que considera a Anders un extranjero que ha venido a imponerles la lengua y la cultura danesas. Por eso no lo acogen, lo tratan con indiferencia y hasta lo desprecian. Hasta que el profesor comprende que el encuentro personal solo es posible cuando uno abandona sus seguridades, se pone en el lugar del otro, lo escucha y le responde en su mismo idioma, que es mucho más que hablar la misma lengua, supone esforzarse por conocer su realidad, comprenderlos, dialogar sobre sus intereses, sus problemas y sus proyectos.

Al inicio del film, en el angosto despacho de la inspectora, conocemos al protagonista, un joven fornido con aspecto de rubio wikingo que todavía no ha cumplido los 30 años, de sonrisa noble y mirada bondadosa. A esa escena oscura de interior, le sigue un plano panorámico de un territorio de una blancura inmaculada y deslumbrante. Son dos imágenes que nos introducen en el espíritu de una película fascinante, entre documental y ficción, esmaltada por la belleza de inmensos espacios blancos y de auroras boreales indescriptibles. Algunas tomas cinematográficas son claramente de estilo documental: comidas familiares, niños en la escuela, momentos cotidianos del día a día… Otras escenas necesitaban más o menos interpretación, y cuentan con la colaboración de los habitantes de Tinit. Los actores, ninguno de ellos profesional, actúan con total naturalidad, como si nadie ajeno a sus vidas los estuviese contemplando, y consiguen impregnar de sinceridad las relaciones entre los distintos personajes, mientras Samuel Collardey acerca suavemente la cámara para ofrecer unos primeros planos tan expresivos que el espectador empatiza de inmediato con cada uno de ellos.

La película resulta especialmente interesante cuando nos introduce en el aspecto humano y antropológico de la vida cotidiana de las inuits: sus tradiciones familiares, la pesca y la caza, cómo el abuelo le enseña a su nieto a fabricar un arnés, las carreras en trineo de perros, la humilde vivencia de la fe, los ritos funerarios… Tal vez resulte algo lenta de tan descriptiva de paisajes y costumbres, pero está muy bien realizada. A pesar de la ficción, constituye un valioso documental sobre un rincón de Groenlandia, pero, sobre todo, es un documental sobre la universalidad de las relaciones humanas. El hombre actúa de diversos modos según los tiempos, las latitudes, las tradiciones y las costumbres, pero el ser humano es siempre el mismo, y solo saliendo de sí mismo para ir al encuentro del otro se puede tejer la sólida red de vínculos que dan sentido a la humanidad.

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