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An elephant sitting still

Caratula de ""

Crítica

Público recomendado: Adultos

Existen películas que están destinadas a ser obras de culto desde su misma concepción; films que se alzan por encima de la media por todo el halo de misticismo y leyendas que figuran en su realización. Durante el rodaje de la trilogía de Poltergeist fallecieron cuatro de sus protagonistas y reportaron sucesos extraños en el set de grabación; tras grabar El Exorcista, nueve personas fallecieron y unos de los integrantes fue acusado de un atroz crimen; todos los actores que han interpretado a Superman han tenido desgracias terribles; en El cuervo, Brando Lee fue acribillado por accidente en la grabación de una escena sin aparente riesgo; Rosemary’s Baby gozó de tipo de leyendas negras, desde asesinatos de estrellas en el hotel donde se rodó la película hasta relaciones con fuerzas malignas. An Elephant Sitting Still, la película del joven director Hu Bo, puede unirse a la lista: depresiones a raíz de la película; la denominación de la propia crítica china de “la película más triste jamás rodada”; y como broche, el suicidio del propio director al terminar el rodaje de la cinta. Termina así la historia de este joven director que entrega una de las películas más desgarradoras, inmisericordes, dramáticas e impactantes de los últimos años. Aunque las cinco horas lleguen a pesar, los acontecimientos que en ella suceden no dejarán títere con cabeza.

La película sigue a varios jóvenes solitarios, depresivos, durante un día completo. La premisa es sencilla, pero el fondo es demoledor y terrible. Una epopeya del sufrimiento no apta para gente muy aprensiva y que guarda en el fondo una realidad: China es un gigante depresivo que siempre viste de gala, pero que en el fondo es un ser triste. Pesimista desde el inicio hasta el final de sus cinco horas de puro cine, realizado con la elegancia de un conocedor del lenguaje audiovisual; planos simétricos, trabajados, esforzados; un guion robusto, sin demasiadas fisuras, duro pero con tacto y sensibilidad. Hu Bo era un Béla Tarr disfrazado de Lars von Trier, un escritor y dramaturgo del espíritu; un director por encima del virtuosismo cinematográfico, desinteresado por los planos bonitos, interesado en la información visual y en el dominio real de la imagen. El ambiente es sombrío, gris, apagado… Una película de color rodada con el espíritu del blanco y negro, sucia y sin aspavientos para la alegría. Una de esas películas que hay que ver con las pilas puestas, con la autoestima bien alta; de lo contrario el golpe puede ser importante, porque en cinco horas de duración no da tregua.

El compromiso de los actores es total y real, porque seguramente no conozcamos los nombres de estos intérpretes y cualquiera diría incluso que se trata de un videodiario al estilo de Jonas Mekas. Sus actuaciones son incomodas, nada complacientes, sinceras. El director tenía el suficiente ojo como para no perderse en pedanterías engalardonadas de profundas reflexiones sobre el ser en sus diálogos; apuesta por un lenguaje directo, abierto en canal a sus propias entrañas, desdeñando su propio mundo interior.

En resumen: destinada a convertirse en una obra maestra, una película maldita, una pieza de culto para paladares exigentes, pacientes y con una salud mental estable. Tras acabar la película, el espectador sentirá su cuerpo envejecido y pálido… tanto como esta China que Hu Bo describe en su obra y que podría tener como subtítulo “el país de la feliz tristeza”

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